Eduardo Blandón
Entre 25 y 36 partidos políticos podrían competir próximamente en las elecciones generales en busca de la Presidencia de la República. Un número que se antoja exagerado y que dibuja quizá no sólo nuestra atomizada sociedad, dividida en muchos fragmentos casi irreconciliables, sino también la concepción de que alcanzar el poder es cosa de beneficio personal, que no para servir a la sociedad.
Esta multiplicación de partidos sin ideología, conformada por grupúsculos en busca de fortuna, ha sido hasta hoy (y nada supone que las cosas cambiarán) la causa de nuestro subdesarrollo. Un pauperismo que trasciende los bolsillos al extenderse a la miserable formación intelectual de muchos de los candidatos sin mayor capital que no sea la capacidad para estructurar discursos melosos y cantinflescos para un público como el nuestro.
Los candidatos comparten rasgos comunes. Un pragmatismo extremo, por ejemplo, que los conduce a pactar con quien sea para vencer a cualquier precio. La ausencia de programas con la que optan desde el principio por la improvisación. Y la falta de cuadros técnicos que los hace vulnerables a instituciones como el Ejército y el CACIF que tienen más claridad de objetivos y recursos humanos para alcanzarlo.
Así, la mayor parte de los 36 partidos no tiene otro interés que vivir del erario público y extender el golpe de suerte a familia y amigos. Este destino trágico solo favorece, insisto, a las gremiales y las instituciones organizadas, a los sindicatos y asociaciones que coyunturalmente inciden en la gestión de gobierno. La sociedad en general, inerme, ocupada y distraída, sobreviviendo a causa del empleo precario, sin capacidad de reacción, solo le queda esperar milagros.
Tienen suerte los delincuentes de cuello blanco que pillan con los políticos de turno, al vivir en una sociedad permeada por una religiosidad inmadura. Me refiero a quienes practican una espiritualidad cargada de magia que los vuelve irresponsables frente a los desafíos de la vida. Drogados por ese espíritu apaciguador, permiten que las bandas de ladrones (como muchos de los banqueros, por ejemplo) se enquisten tranquilamente en nuestra sociedad.
Más allá de nuestro infortunio por tener tantos partidos políticos, alineados la mayor parte en la extrema derecha, está el hecho de la debilidad de la oposición. Anemia caracterizada quizá por una especie de derrotismo que los postra frente al sistema presuntamente invencible. Cansados de batallar contra molinos lubricados de noticias falsas, pero sobre todo de dinero. Cuando no, seducidos por la oferta de los corruptores.
Tenemos que buscar alternativas e ingeniarnos la alteridad. Renunciar a la repetición encarnada en discursos clarividentes para arriesgarnos por otras sendas. Inventar horizontes y distanciarnos de la seguridad que los amos ofrecen desde sus medios de prensa. Si no lo hacemos, seguiremos hundiéndonos en el fango y los delincuentes llevarán al país a extremos ni siquiera por ello imaginados. No podemos esperar más.