Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

El conocido columnista del diario español El País, Moisés Naím, escribió una reflexión en días pasados sobre el tema de la credibilidad sosteniendo la paradoja contemporánea relativa a la pérdida de confianza en los expertos, el gobierno y hasta las iglesias, abandonándonos a la fe profana derivada de las redes sociales.

Para ello, se basa en las estadísticas al recordarnos que el 82% de los estadounidenses, por ejemplo, no confía en que su gobierno haga lo correcto. Se trata, dice, de una tendencia mundial: “la desconfianza y el escepticismo son la norma”.  Lo increíble, agrega, es el asentimiento cándido de muchos hacia las notas recogidas en la red, como el movimiento en contra de las vacunas, entre otras patrañas.

El texto de Naím confirma la actualidad de la propuesta de Edgar Morin, al referirse a uno de Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, esto es, formar para reconocer el error y la ilusión. Se trataría, por tanto, de poner de moda la suspicacia (como en su tiempo lo hizo Descartes con su “duda metódica”) para distinguir la paja del trigo.

Esto no equivale al deporte de criticar por criticar, ejerciendo una actividad de poco provecho, expresión a veces de espíritus inmaduros, desequilibrados frecuentemente, por un carácter pendenciero y problemático.  Más bien consiste en la tarea de inteligir desde el horizonte de la fragilidad de nuestras capacidades en su afán por acceder a la realidad.  La perspectiva nos posibilita tanto al reconocimiento del error y la ilusión como a la afirmación de lo “verosímil”, según las ideas de Popper.

La crítica de Naím a nuestra sociedad demuestra la deficiencia de la escuela (la educación en general) en materia de capacidad reflexiva.  Es un reclamo subrepticio al retorno a la filosofía y esos saberes que ponen en guardia contra los ídolos (los “idola”, conforme Bacon) que seducen por sus formas y vacían el espíritu.

Con base a lo anterior, dada la ubicuidad de las redes sociales, los intereses de las grandes empresas -el imperio GAFA: Google, Amazon, Facebook y Apple- y la vulnerabilidad de nuestros Estados, es necesario potenciar una inteligencia que no solo sea increyente frente a las propuestas de los protagonistas de los pseudo saberes, sino asertiva en el reconocimiento de esa huella que conduzca a mejores parajes cognitivos.

Naím concluye de la siguiente manera:

“¿Qué hacer? Seguramente aparecerán tecnologías que facilitarán la detección de estos venenos digitales, así como leyes y normas que reduzcan la impunidad de los agresores cibernéticos y de las empresas que les dan las plataformas desde donde lanzan sus ataques. Pero el antídoto más poderoso son ciudadanos activados y bien informados que no se dejan enceguecer por las pasiones políticas”.

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