Eduardo Blandón
Una de las cosas que más me sorprende de los gobernantes, entre tantas debo decir, es la frescura con la que gestionan su vida y decisiones importantes en busca de afirmar su política frente a la ciudadanía y la oposición. La llamo “frescura” a falta de una mejor palabra que describa esa actitud firme y segura que con desparpajo se conducen durante los años de gobierno.
¿Cómo es que el reino se despedaza, por ejemplo, y un Luis XVI no se entera de nada para vivir opíparamente sin conciencia alguna? ¿Se trata de una burbuja creada por los cercanos para mantener alejado al príncipe de la dura realidad? ¿Se puede teorizar espacios artificiales producto de una parafernalia en la que inevitablemente caen quienes llegan al poder? Vaya usted a saber, el resultado suele ser el mismo, gobernantes (entran también ministros, cómo no) habitando la estratósfera distanciados de la cotidianidad de la vida.
Le sucedió a los Sátrapas de la antigua Persia, a más de un emperador romano, al libio Muamar el Gadafi y más recientemente a Daniel Ortega, Nicolás Maduro y nuestro exiguo Jimmy Morales. Todos, envueltos en un aire artificial que los hace aparecer lejanos sin vínculo alguno con la realidad en que viven.
Eso explica no solo sus posiciones rígidas y despóticas con la que gestionan la política pública, sino la conducta ridícula que exponen sin rubor al sentirse en posesión de un poder quizá sobrenatural. Ejemplo de ello es Nicolás Maduro y su espectáculo bilingüe en sus apariciones en los Medios. Ello se potencia, sin duda, porque nadie es capaz de advertirle la poca gracia y puesta en escena que solo puede ser lastimera.
A nuestro mínimo Presidente le ocurre igual cuando, por ejemplo, sale marchando en la celebración del Día del Ejército o al ofrecer sonriente a Donald Trump “mano de obra barata” para construir el muro contra la migración ilegal. Para ser justos, nuestro gobernante bate récord, no porque sea más imprudente que cualquier otro, sino por ese “plus” de actor que lo mueve frecuentemente a creer que el mundo es un escenario donde improvisar un acto sin guion.
Algo semejante les pasa a sus ministros. No dejo de pensar en la canciller Sandra Jovel y su empoderamiento con que se esfuerza en sacar a la CICIG del país, pensando quizá que la historia un día le agradecerá tan nobles oficios para el bienestar de la ciudadanía guatemalteca. Caso parecido es el del ministro Enrique Degenhart en su afán por desbaratar la institución que lidera, sin rubor, firmeza y tenacidad ejemplar en materia de mediocridad y maldad.
¿Cómo opera la mente de la gerontocracia global? ¿En qué consiste la química que los droga e idiotiza en sus períodos de burócratas políticos? Es un misterio por resolver. Lo que sí es cierto es que a veces las cabezas ruedan y la fuerza gravitatoria de la vida sitúa las cosas en su lugar. Eso suele llegar tarde y sin posibilidad a veces de reacción. Toma tiempo recobrar la sensatez. Algunos no lo logran nunca.