Claudia Escobar

claudiaescobarm@alumni.harvard.edu

Es juez guatemalteca, reconocida internacionalmente por su labor en contra de la corrupción. Recibió el reconocimiento “Democracy Award”. Escobar ha sido fellowen la Universidad de Harvard y Georgetown University.  Doctora en Derecho por la Universidad Autónoma de Barcelona; Abogada por la Universidad Francisco Marroquín. También tiene estudios en ciencias políticas de Louisiana State University

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Claudia Escobar
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Al norte de Italia, en un hermoso rincón del lago Como, hay un pequeño pueblito llamado Bellagio. Allí está ubicada la Villa Serbelloni, también conocida como el Bellagio Center. Hay quienes dicen que ese lugar paradisiaco, en medio de las montañas de los Alpes rodeado de cipreses y olivos, es la antesala del cielo.

A principio del siglo XX una mujer, de origen y corazón noble, compró en Bellagio una hermosa villa con palacio incluido. Su propietaria, Ella Holbrook Walker –Principessa della Torre e Tasso– decidió a finales de los años 50 que ese tesoro fuera utilizado en beneficio de la comunidad académica para facilitar el entendimiento internacional. Así, la propiedad fue cedida a la Fundación Roquefeller, la cual se encarga de organizar regularmente diversas actividades donde participan científicos, artistas, académicos y profesionales del mundo entero.

Visitar el Bellagio es de por sí un privilegio, pues la Fundación selecciona con esmero los proyectos de miles de propuestas que recibe anualmente. Pero, lo verdaderamente inspirador es conocer a hombres y mujeres admirables, que están dispuestos a compartir sus conocimientos y experiencia de vida, para que otros se enriquezcan. Eso –para mí– fue un regalo invaluable.

Durante una semana, a iniciativa de Carla Koppell experta en desarrollo y relaciones internacionales, un grupo de personas de diversa formación y origen tuvimos la oportunidad de compartir sobre nuestro trabajo; de debatir sobre temas complejos como la discriminación, la exclusión y la falta de acceso a la justicia, que afectan a millones de seres humanos en el mundo entero; de soñar juntos en un mundo más justo, menos violento, más incluyente.

Para evitar conflictos locales e internacionales, tenemos que aprender a respetarnos y a velar que las personas más vulnerables sean integradas a nuestra sociedad, sin ningún tipo de discriminación. Los derechos humanos serán una realidad cuando entendamos que en medio de nuestras diferencias –culturales, raciales, religiosas, etc.– podemos todos convivir pacíficamente.

Por décadas, los países del primer mundo han invertido múltiples recursos en ayuda al desarrollo de los países más vulnerables. Sin embargo, los logros no son los esperados. Algunas veces no se toman en cuenta las diferencias culturales entre el país cooperante y el receptor. En otras los recursos destinados a la cooperación son destinados a proyectos que no tienen efectos significativos. En los últimos 30 años en Guatemala, por ejemplo, la comunidad internacional ha invertido millones de dólares en modernizar las instituciones de justicia, pero los resultados son desalentadores.

Por eso para Koppell es importante que los futuros diplomáticos y funcionarios de relaciones internacionales tengan conocimientos sobre la importancia de la diversidad y la inclusión para la resolución de conflictos y el desarrollo. Su aporte a la academia permitirá que en el futuro los proyectos internacionales se plasmen desde una perspectiva que tome en consideración las necesidades de las personas más necesitadas. Sin duda su esfuerzo tendrá un impacto en el estudio y el análisis de la diplomacia a nivel mundial. ¡Grazie mille Carla!

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