Edith González

Hace dos semanas se llevó a cabo una de las tradiciones guatemaltecas que mueve masas. La caravana del zorro, que sale de la ciudad capital hacia Esquipulas todos los años el primer fin de semana de febrero, desde 1961, a iniciativa de Rubén Villadeleón quien inició la actividad con un grupo de seis amigos con el objetivo de realizar una peregrinación en motocicleta a Esquipulas. Al morir Rubén en 1987 los participantes no llegaban a cien.

En 1995 se contó con la colaboración de agencias importadoras de motocicletas con el fin, de atender sin costo, con soporte técnico y transporte las motocicletas dañadas.

Fue en 2005 que empresas privadas bridaron patrocinio y la participación creció, llegando en 2006 a contar con diez mil motoristas. Ya en 2007 se estima que 20 mil motos viajaron a Esquipulas con pasajeros nacionales e internacionales y que la ciudad de Esquipulas percibió alrededor de Q12 millones de quetzales además de las donaciones que los directivos de la Caravana entregan a las escuelas.

“Declarar patrimonio a la caravana motorizada garantiza que la actividad sea objeto de protección, defensa, investigación y conservación”, dice el acuerdo del Ministerio de Cultura. De febrero del 2011. Con ello el Gobierno se asegura de cuidar y proteger una actividad que ha llegado a reunir cerca de 50 mil personas.

Ante la masificación la actividad dio un giro distinto; la música y los grupos de animación que las empresas patrocinaron en la plaza de Esquipulas dio paso a una transformación de religioso a pagano. Muchos de los participantes viajaban con máscaras y disfraces completos, que escondían la persona, produciéndose destrozos en hoteles y locales, peleas, balaceras, heridos.

Ante esto en 2017 la municipalidad, decidió imponer la ley seca y prohibir cualquier actividad pública en el parque dejando la plaza sólo con ingreso peatonal, devolviéndole a la ciudad la paz y tranquilidad de un lugar de fe y peregrinación.

Este año 2019 la caravana motorizada fue distinta, se crearon comités de orden y vigilancia, se pusieron puestos de seguridad y atención tanto para personas como para motos y algo muy valioso e importante es que se prohibió llevar niños menores de siete años. Y se vigiló que los conductores no viajaran en estado de ebriedad.

Así que todo marchó bastante bien en orden y tranquilidad. Ese día la ciudad respiró, los motorizados no estaban para violentar las normas de tránsito, atravesarse por cualquier parte, meterse entre los carros, pasarse los semáforos en rojo y no obedecer las señales de tránsito. Lo que hacen a diario, incluso delante de los policías municipales de tránsito quienes parece se han acostumbrado a las violaciones de tránsito por parte de los motoristas que no accionan en contra de ellos, quienes por esas actitudes a diario provocan muerte de peatones o la propia y la de sus pasajeros, siendo en muchos casos niños de brazos y sus propias parejas. Y del chaleco numerado ni se acuerdan unos ni otros.

Edith González

hedithgonzalezm@gmail.com

Nací a mediados del siglo XX en la capital, me gradué de maestra y licenciada en educación. He trabajado en la docencia y como promotora cultural, por influencia de mi esposo me gradué de periodista. Escribo desde los años ¨90 temas de la vida diaria. Tengo 2 hijos, me gusta conocer, el pepián, la marimba, y las tradiciones de mi país.

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