Las nuevas normas que rigen para el proceso electoral vinieron a caer como anillo al dedo a muchos de los políticos que aspiran a puestos de elección popular porque al crear la figura de campaña anticipada impidieron a todos tomar posición respecto a los temas de mayor interés para la población, y finalmente la elección terminará siendo más una especie de concurso de simpatía que un ejercicio democrático porque en el espacio destinado a la campaña electoral no dará tiempo para profundizar prácticamente en nada. Si siempre hemos tenido elecciones carentes de contenido, ahora será mucho peor derivando en la ausencia de un claro mandato a los electos.

Ya hemos dicho que en nuestro remedo de democracia el único mandato real que se concreta durante el proceso electoral es el derivado del financiamiento. Los electores nunca votan más que por alguna frase hecha, como aquella de la Mano Dura, la de que la violencia se combate con inteligencia o por alguien que dice que no es “ni corrupto ni ladrón” sin acreditarlo de ninguna manera. No hace falta dar respaldo a las frases porque ya se sabe que el pueblo se encampana por quien más dinero derrocha en las campañas lo que hace que el elector deje de ser el mandante (quien otorga un mandato) y permite que sean los que financian las campañas quienes asuman esa posición.

Por ello es que la clase política representada en el Congreso emitió el mamarracho de reformas a la ley electoral para evitar todo atisbo de serio debate sobre la problemática. Guatemala vive su peor crisis política actualmente y los políticos no hablan de ella porque corren el riesgo de quedar marginados de la contienda si son descubiertos haciendo campaña anticipada. Lograron atemorizar a todos para que nadie se atreva a hablar u opinar y se pretende que en el brevísimo período de campaña se puedan exponer no sólo las posiciones de cada quien sino sus planes y que la ciudadanía, en doce semanas, pueda valorar lo que plantea cada uno de los más de veinte candidatos que estarán en la competencia.

Por ello decimos que más que una elección democrática con lo que representa la delegación de la soberanía popular, lo que tendremos será un concurso que ganará quien con más dinero se pinte como el más simpático para un electorado que siempre vota por el que más dinero derrocha. Y los políticos quedan felices de no tener que opinar ni hablar siquiera de lo que ocurre en el país para no comprometerse ni definirse.

Redacción La Hora

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