Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata
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Es muy fácil afirmar que Juan Guaidó es hijo de Donald Trump. Más allá de la consigna ideológica, está claro que luego de su autoproclamación como Presidente de Venezuela el gobierno norteamericano fue el primero en reconocerlo como tal. Luego se desparramaron los gobiernos latinoamericanos en esa misma dirección. Y aquí, como muchos ya lo han dicho, el orden de colocación de los factores sí altera el producto. Es hasta cómico ver a Jimmy Morales abandonar todo su discurso patriotero y darse prisa en alinearse con la administración de Trump.

Siguiendo los pasos de Morales, la presunta candidata presidencial del partido Semilla, se pronunció en el mismo sentido, mediante su cuenta de Twitter, angustiada como seguramente estará por despintarse un poco del color rosado que dicho partido le pueda dar y presurosa por no perder el aval de “la Embajada”.

Pero desde el otro extremo de la contradicción, resulta imposible defender a Maduro, ante el desastre que está viviendo ese país. Aunque no es posible ignorar la guerra económica a que lo han tenido sometido el empresariado venezolano y los Estados Unidos, la responsabilidad del mandatario y del régimen tampoco se puede ignorar. Y es que aunque Chávez tuvo el mérito de haber reorientado el aprovechamiento de la renta petrolera hacia los pobres y la solidaridad internacional, la economía venezolana no se transformó con el llamado Socialismo del Siglo XXI, ya que continúa siendo básicamente rentista. En lugar de aprovechar el boom petrolero para ese propósito, la política pública fue básicamente asistencialista. Además, el país que no produce alimento tiene una limitación estructural que por mucho crecimiento económico que logre, a la larga lo golpeará esa limitación.

La izquierda en el continente debe aprender la lección del fracaso. No basta con redistribuir la riqueza producida; el tema del crecimiento económico inclusivo, vía producción, es fundamental, si se quiere ser sostenible en la intención y práctica redistributiva.

Pero el tema de fondo en el análisis sobre Venezuela, siendo serios, es la comprensión, tal como lo dijo el ex presidente uruguayo Mujica en entrevista concedida a Carmen Arestegui en CNN, de que los Estados Unidos no puede perder el control sobre las inmensas reservas petroleras venezolanas. Si no logra el desmoronamiento del régimen, la intervención militar es la opción para los intereses imperiales.

Por eso, la prioridad en el continente es evitar que tal drama ocurra, para ahorrarle más sufrimientos al pueblo venezolano y para impedir que sucedan las consecuencias regionales que la acción armada norteamericana provocaría.

El debate no es Maduro si o Maduro no, tampoco lo es el apoyo o el rechazo al hijo de Trump. El propósito debe ser evitar la guerra intervencionista en ese país y permitirle a Venezuela una salida política que recupere la economía y la democracia, ahora tan debilitadas.

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