Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Cuando llegó el día de la elección en el Congreso, Tiburcio prefirió no seguir las votaciones. Era una especie de cábala. Esperaba que el viento de sotavento siguiera favorable y le condujera al puerto de destino, esto es, que su nombre apareciera entre los futuros magistrados. Así fue. Dos semanas después, a principios de octubre de 2004 fue juramentado, en ese mismo Congreso, como honorable magistrado de Sala de Apelaciones, cargo que habría de ocupar por los siguientes cinco años conforme el mandato constitucional. Lo designaron a la Sala Mixta de Mazatenango como vocal primero. Pasaron rápido esos cinco años y a mediados de 2009 se repitió el proceso con la diferencia que Tiburcio ya tenía “más experiencia” en esos asuntos. No tuvo dificultad en armar el expediente, solo tuvo que actualizar el mismo del 2004 y nuevamente lo presentó en el Paraninfo Universitario junto a otros 849 abogados. Al igual que en el proceso anterior hubo entrevistas con bancadas, algún acercamiento con ciertos comisionados, preguntas de la prensa, etc.

Nuevamente fue elegido para Sala por el Congreso para el periodo 2009-2014. Esta vez la Corte Suprema lo designó como Presidente de una Sala Civil en la ciudad capital. Aunque originario de Jalapa ya se había afincado en esta ciudad y el nombramiento le resultó mucho más cómodo. Aunque reservado de naturaleza cada vez se movía con mayor soltura en los ambientes judiciales. Por eso aspiraba a más; tras doce años de juez de Paz, diez de juez de Instancia, dos periodos en salas de Apelaciones Tiburcio decidió escalar al último tramo: la Corte Suprema. El expediente que debía presentar -para la CSJ- era virtualmente igual; solo debía adicionar los logros obtenidos en los últimos cinco años (asistencia a conferencias y talleres, reconocimientos y, claro está, su desempeño como magistrado de Sala). Sobra decir que, “por las dudas”, presentó también expediente a las comisiones para Salas, esto es, si no lo elegían en la Suprema al menos quedaba estacionado en una Sala.

Y por tercera vez se iniciaba su particular cuaresma judicial. Se informaba todos los días acerca de los expedientes que iban eliminando. De los 498 originales, no se admitieron 43 por falta de requisitos formales: faltaba el finiquito, la declaración jurada, copia de los títulos, etc. Sus posibilidades crecían. Cuando los expedientes se redujeron a 200 lo citaron de diferentes bancadas y algunos comisionados lo invitaron a “platicar”. Nada comprometedor en concreto aunque era obvio el mensaje. Estaba relativamente tranquilo porque contaba con algunos apoyos. ¡Albricias! Aparecía en la lista final de los veintiséis para la Corte Suprema. Pero faltaba el último paso: el Congreso. Matemáticamente tenía un 50% de posibilidades ya que de esos veintiséis escogerían trece. Varios amigos le aseguraron que “de plano iba”. Varios diputados lo conocían como juez tranquilo, no controversial y, en su desempeño de Sala de lo Civil no había tenido ningún caso engorroso. Llegó finalmente el día de la elección.

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