Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com
Para: Sophos y Artemis.
El sábado recién pasado les contaba que hay varias clases de refugios y de refugiados –según nos azote el crudelísimo mundo– cuyos demonios más feroces hacen nicho en las corruptas almas de los que tienen el poder económico y que determinan con su dinero la verdad y la posverdad de los reprimidos, de los explotados, de lo silenciados. También he dicho que la mayoría de infortunados –cuyas desgracias resultan invivibles– se decantan o por la neurosis galopante o por las psicosis. Y que yo –gracias a la palabra– he dejado tanto la una como la otra –si alguna vez gravité por allí– porque la palabra es tanto refugio como atalaya y puede llegar a ser alcázar cuando la Historia se escribe y se dirige por la “intelligentzia”.
Es entonces –como ahora– cuando, aunque parezca evasión, es hora de retornar al mundo de nunca jamás, al mundo del adolescente Peter Pan, al absurdo espacio de Alicia, al de los faunos, cisnes, sátiros y ninfas de Rubén. O, en la circunstancia más extrema, trasladarnos al iluso “mejor de los mundos posibles” de Leibnitz, feroz enemigo de Voltaire y su “Cándido. Para escapar de esta realidad excrementicia.
Este momento, de febrero de 2019, me obliga –a veces– a sumergirme en otros escenarios, en otros ámbitos para que las heces que flotan en las tres dimensiones del espacio nacional, no nos ahoguen con y en su total pestilencia. A veces marcharse a otra realidad es más realista porque es la de la Cultura.
Me sumerjo en la insensata pasión y fantasía de los libros que nos devuelven la realidad pero de otra manera: leer, por ejemplo, lo que padeció Cabrera Infante para retornar al satánico planeta en que vivimos, mediante estados catatónicos inducidos y electro shocks en “Mea Cuba”. O lo que experimentó Reynaldo Arenas para escribir “Antes que anochezca”. Leer lo que relata Cortázar, en “Rayuela”, para intuir cómo son de tentadoras las profundas y oscuras aguas del Sena cuando uno se da cuenta del nudo de víboras (como en Mauriac) en que nos ¡obligaron! a nacer.
Porque al sumergirte en ese mundo trepidante y alucinante de Cabrera Infante o de Reynaldo Arenas (los dos cubanos) sos consciente de que afuera de los libros es donde están los verdaderos locos gobernando y los asesinos inclementes y de acendrada vocación perversa, que se proclaman “normales”. Y en cambio y que adentro de los libros por “diabólicos” y malditos que parezcan –cuando no se han leído bien, como “Los Cantos de Maldoror”, de Lautreamont– es el único sitio paradojal donde existe la paz, el amor y la tolerancia tan buscados infructuosamente en el mundo/mundo material.
Hartos de esta escena inmediata y obscena en su corrupción, y empachados y ahítos de tanto excremento fabricado por la oligarquía, la politiquería y el poder que es lo mismo que decir el narcotráfico y el crimen organizado, se nos ofrece un refugio tan ubérrimo cual el Edén. Esto es, el paraíso de los libros.
Cuando el mundo se torna invivible no se ofrece a veces más opción que la insensatez, nos cuenta Foucault en su “Historia de la locura”. Pero, asimismo en cambio, podemos abrir las puertas de una librería y aspirar el aroma de los libros, del papel, de la tinta y de la palabra.
La palabra es el exorcismo contra la insania nacional. Y lo más curioso y asombrador: que en ella lo mismo que es evasión, es retorno a la realidad con la mochila del nuevo combatiente que, ahora, profesa dentro de un movimiento político que lo ha de catapultar a la democracia y a la justicia: a la Guatemala de la cultura, la “intelligentzia” y la interculturalidad.