Juan José Narciso Chúa
Cuando conocí al Gordo –así le llamábamos desde el principio–, fue en los albores de la carrera de Perito Contador, allá en la Escuela de Comercio, ahí nos juntamos por casualidad, procedíamos de barrios y colonias marginales. En Comercio ya no había inscripciones, pero las autoridades abrieron una sección más y tendría un pago mensual de Q5.00 mensuales…
Y ahí nos juntamos con Danilo Flores, ya veníamos juntos del Instituto Central, en el aula nos encontramos a Chepe Reynoso, aquél estudiaba en el Aqueche, luego se unió Edgar Abraham Palomo –el Plumas, apodo puesto por el Gordo, que terminó por una derivación de la serie de Batman, en donde al Pingüino, se le mencionaba algo así como “mi plumífero amigo”–. Luego se nos unió Juan Arturo Tobar –el Shusha–, un campirano y simpático compañero de Santa Lucía Cotzumalguapa. Fredy Amílcar Aquino y dos compañeros de la Escuela Normal, eran Julio Roberto –el Gordo– y su fiel compañero Sergio Paredes+. La vida nos amalgamó en un grupo de ocho grandes amigos y compañeros.
Nos juntábamos a estudiar en las casas de todos. Así como íbamos a las distintas casas de pensionistas del Shusha, igualmente nos juntábamos en diferentes casas del Plumas –1ª avenida, frente al Paraninfo, Avenida Centroamérica y Ciudad Nueva donde la Abuelita–, en la casa de Chepe, allá en Montserrat, en la de Danilo, en la zona 13, en la del Gordo, allá en El Átomo, allá en la zona 3 y en la mía, allá en San Rafael y el Gordo era un torrente de bromas, a cada cosa le sacaba chistes, siempre buscaba charadas y su carcajada era estentórea.
Cuando terminamos el segundo año de la carrera nos fuimos a comer al Fulusho y fácilmente cada uno, nos comimos ¡¡¡5 o 6 hamburguesas!!!, increíble, la juventud es una maravilla. En esos años de correrías juveniles íbamos a las galerías de los cines y el Gordo se lucía, era imparable. En una tarde deportiva, bailando, tuvo problemas con su brazo, una dolencia que le acompañó toda la vida. Una vez, para los 15 años de mi hermana Silvia, le fuimos a dar serenata los ocho, después de una noche de jodedera donde Plumas. Luego que nos graduamos, nos dividimos en diferentes carreras y el Gordo se hizo ingeniero. Una vez nos invitó al cumpleaños de su hija, fue una reunión inolvidable Gordo.
Las reuniones fueron menos frecuentes con aquél, pero no con el resto, pero siempre eran extremadamente alegres y el Gordo, era el centro de jodederas. Yo me lo encontraba cada fin de año en la San Silvestre, pues se hizo corredor también. Se casó con Guillermina –Mina–, quien estuvo a la par del Gordo hasta su despedida. Su llegada a los desayunos nos mostró cambios que nos preocuparon, hasta que supimos el mal que le aquejaba y que sobrellevó hasta la tarde del domingo cuando descansó. Todavía nos reunimos varias veces en su casa y lo hacíamos reír como siempre. Inolvidable querido Gordo, nos dolerá tu ausencia. Descansá en paz Julio Roberto, hasta siempre Gordo. Mi más sentido pésame a Mina, sus hijos y los compadres Picapiedra.