Ana Cristina Morales

crismodenesi@gmail.com

Médica y cirujana licenciada por la Universidad de San Carlos de Guatemala, especializada en psiquiatría con arreglo al Programa USAC/IGSS. Con las especializaciones de atención en psicoterapia a mujeres maltratadas, así como en adicciones y Supervisora psicosocial. Autora de -Aprender a perdonar. “Una herramienta en psicoterapia”, publicación personal, y coautora del artículo: “Consecuencias biopsicosociales del abuso sexual”, del libro Síndrome de intestino irritable y otros trastornos relacionados, publicado por Editorial Panamericana. Del libro “El perdón y la salud” de editorial Plataforma. Columna de opinión “Conversando con la Psiquiatra” en el periódico guatemalteco “La Hora”, Trabaja en oficina privada como psicoterapeuta y psiquiatra.

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Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

Las mañanas eran el momento más feliz de su vida, pensaba que cada amanecer traía consigo una nueva esperanza, constituyéndose en un defensor de la misma.

Sus amigos le decían que era ilusoria esta creencia, que la esperanza era una invención de las personas para poder soportar una realidad, tal vez, dura y no deseada. Un sentimiento inalcanzable y con pocos fundamentos.

Los primeros rayos de luz se pintaban entre celajes oscuros, grises y azulados. Y el momento que más le agradaba era cuando comenzaban a surgir tonos amarillos y naranjas. El cielo conformaba con sus nubes un panorama inverso a la tierra, creía observar en éste sus propias montañas y siluetas diversas. Cada segundo un nuevo cambio en esta visión y con solo pararse ante ella y observarla con lentitud era posible ver el silencio y oír el paisaje.

El amanecer prendía su alma, no era que la tuviese apagada, sino el amanecer le era tan especial que contribuía a atizarla. Él se sentía uno con el todo, acariciado por la contemplación de lo que consideraba sublime.

Cuando uno siente cosas tan hermosas es inimaginable pensar en pesadumbres y entonces nos apartamos del dolor. Desde niño fue dotado con una gran capacidad de asombro y a ello puede adjudicársele su creencia en la esperanza. Por lo menos así lo refería su propia madre.

El ahora joven emanaba su sentir, la gente deseaba estar a su cercanía. Hay quienes dicen haberle visto un halo resplandeciendo por arriba de su cabeza. Pero a él poco o nada le importaban aquellos decires.

Con sus amigos trató de defender la esperanza, para evitarles que sintieran su ausencia. Quiso enseñarles a ver los amaneceres, tal cual, él lo hacía. Pero no encontraba una forma o una estrategia adecuada para cada uno de ellos.

Y al hablarles les decía: Es posible que la esperanza sea una mera ilusión, tal vez, un espejismo. Y ustedes tengan razón, una mera palabra para esconderme del miedo, la crueldad y el dolor. Pero, a mí me gusta este escondrijo, es algo mío, yo decido si existe, me siento en ligado a un todo, a lo divino, a lo efímero y a lo eterno.

A través de mi esperanza puedo confiar, confiar en la bondad de los otros, en que el mundo tan trastocado como lo dicen, pueda también cambiar. Que mi tristeza de hoy, se transforme en alegría en el mañana. Comprender que todo muda y necesitamos paciencia para ver su surgir.

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