Sandra Xinico Batz
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¿En dónde está el límite entre el sistema político de este país y el crimen organizado? El vínculo que muchos funcionarios públicos elegidos por voto popular mantienen o han mantenido con el narcotráfico, o que como integrantes de esas estructuras desde ahí se les financió sus campañas, es una realidad que seguramente no estará ausente en las elecciones próximas; quisiéramos que todo esto fuera sólo una de esas telenovelas que ahora están de moda en la televisión en la que narcos, políticos, modelos, cantantes, curas, pastores beben alcohol mientras bailan y se drogan en algún rancho lujoso.
No hay límites y ha sido una constante en nuestra historia. El hecho de que kaibiles o militares de altos rangos sean parte de las estructuras del crimen organizado es muestra de cómo el Estado ha estado relacionado con éste. No es ficción de telenovela el que grandes capos del narcotráfico sobornen presidentes, tampoco es imaginaria la relación que en este país sostiene el Estado, la oligarquía y el crimen organizado.
¿Cuántos alcaldes, diputados, presidentes y otros funcionarios tienen la solvencia y la ética de renegar de haber mantenido estos vínculos? Desgraciadamente son pocos y se cuentan fácilmente. ¿Cuántos de estos funcionarios tienen la intención de reelegirse? Muchos y varios seguramente lo lograrán.
Pensaríamos que ser incriminados de sostener esta clase de vínculos les causaría algún tipo de escozor a quienes pretenden mantenerse en el Estado y gobierno, pero no es así, es un descaro total. Nada les da vergüenza ni pena, de eso se trata en este sistema, de estar dispuesto a todo. Si nos les importa que sean evidenciados sus vínculos con el crimen menos les iba importar cambiarse de partido político como si se tratase de cambiarse de ropa.
En la niñez pensábamos que ser electa, electo presidente, diputado, alcalde era un acontecimiento magnífico porque se trataba del bienestar del país, de la nación, así nos hacían pensar, no aprendimos a reflexionar nuestras realidades como son porque se suele pensar que las niñas y los niños por el hecho de ser niñas, niños no entienden y no tienen la capacidad de discernir. Así es como nos tratan los partidos políticos hoy, siendo adultas, adultos, como entes incapaces de razonar, reaccionar y accionar. Creen que no somos capaces de escupir toda la porquería que nos fuerzan a tragar y evidenciar que no sólo no tienen la ética, sino que son criminales que han alimentado el empobrecimiento y la desigualdad en el país que dicen amar tanto y por el que juraron trabajar. No deberíamos ni dejarlos entrar en nuestros pueblos, barrios o comunidades, porque no se lo merecen, porque tenemos dignidad y no estamos dispuestas ni dispuestos a que se burlen en nuestras caras y a desperdiciar nuestro tiempo.
Somos pueblos, personas que trabajamos duro para tener que comer y donde vivir. Estos funcionarios cobran salarios para trabajar por lo que se jactan de llamar “el pueblo de Guatemala” y lo que menos hacen es trabajar, se roban todo en nuestra cara.