Oscar Clemente Marroquín
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El triunfo arrollador, en primera vuelta, de Nayib Bukele en las elecciones en El Salvador viene a constituir un duro golpe a la vieja política tradicional encarnada en los partidos Arena y FMLN luego de que expresidentes de esas formaciones fueron sindicados por la Fiscalía salvadoreña tras la comisión de delitos de corrupción. Anoche el Presidente del Tribunal Supremo Electoral afirmó que computados más del 80 por ciento de los votos, el resultado era irreversible y prácticamente declaró ganador a quien realizó una campaña no convencional para atraer el voto de la población, cosa que logró y que ahora tiene que entender como un enorme desafío más que el baño de gloria de tantos votos.
Luego de que en México se produjo un fenómeno parecido con el aplastante triunfo de López Obrador, ahora es nuestro vecino al sur el que refleja esa situación de hartazgo de los electores respecto a lo que son los partidos tradicionales. En México ni el PRI ni el PAN pudieron competir con Morena, la fuerza política recién creada que postuló al veterano dirigente que ahora es el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Bukele planteó una campaña interesante porque en un país polarizado por la guerra civil que se vivió por muchos años y que dejó un reguero de muertos, asumió una postura de denuncia de la vieja dicotomía entre izquierdas y derechas que son causantes de tan profundas divisiones en estos nuestros países y, sobre todo, entre la gente que vivió y sufrió las consecuencias de las guerras. Pero además de ello fue pragmático y, entendiendo el cansancio de la población ante la forma en que se han usado los puestos públicos para el saqueo de los recursos del Estado, ofreció combatir la corrupción y al final de su campaña planteó la creación de una entidad similar a la CICIG para que en El Salvador se pueda realizar la misma lucha que encabezó ese ente internacional bajo el mando de Iván Velásquez.
Con el respaldo popular que le permitió triunfar en primera vuelta enfrentando a los dos partidos tradicionales que se han sucedido en el ejercicio del poder, sin duda que no tendrá mayores dificultades para lograr acuerdos con Naciones Unidas para replicar el fenómeno CICIG y emprender de esa forma una lucha frontal contra la corrupción. Y tras los efectos que se vieron en Guatemala, tan positivos, seguramente que la ONU estará dispuesta a brindar esa ayuda y cooperación.
Centroamérica se caracteriza por la existencia de gobiernos corruptos que se desentienden de sus obligaciones y responsabilidades con los ciudadanos y por ello la propuesta de Bukele de crear en su país una institución que investigue de manera profesional y efectiva el manejo de los recursos públicos fue bien recibida por la población que manifestó su sentir en las urnas con ese espaldarazo tan sólido a la nueva figura política que, por lo visto, encarnó una esperanza para los electores. Pero su mayor reto será demostrar que él mismo escapa a esa eterna fiesta de corrupción.
La política tradicional, tan dada a la corrupción en esta parte del mundo, está sufriendo reveses muy serios por el cansancio de la población ante ese irresponsable comportamiento de los que han llegado a posiciones de poder. México marcó la ruta, luego se suma El Salvador y habrá que ver cuál es la actitud del electorado guatemalteco.