Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Durante las últimas semanas he escuchado hablar, en más de una ocasión y en distintos círculos, acerca de algo que ha dado en llamarse “la antipolítica”, una denominación que remite, por simple asociación de conceptos y de una manera bastante obvia, a una postura o punto de vista contrarios a la política y, por supuesto, al ejercicio de ésta en el marco de un conglomerado. Sin embargo, si nos retrotraemos considerablemente en la historia y aceptamos como válida la premisa aristotélica del ‘zoon politikón’ nos encontraremos con que, con base en dicha premisa, es imposible abstraerse o sustraerse de la política como práctica humana en virtud de esa capacidad de la que solamente el ser humano puede hacer gala en tanto ser social-racional. La política está presente, queramos o no, en todos o casi todos los ámbitos de la vida humana en sociedad a lo largo y ancho del planeta. Ahora bien, si de lo que hablamos es de ‘politiquería’ como práctica utilizada para acceder al poder gubernamental o para ejercerlo y/o mantenerlo de acuerdo a determinados intereses particulares, ciertamente, diríamos que es un asunto distinto y tristemente bastante extendido hoy día en Guatemala. Y en tal sentido, convendría hacer una breve y muy somera distinción de la definición de la política como ciencia social y de aquellos pasos que usualmente se dan en un sistema político como mecanismo para acceder a puestos de elección popular o de la administración pública en el contexto de una sociedad (democrática). La política, desde la óptica de la academia, debe ser vista como la ciencia social que nos ayuda a organizar la sociedad en tanto conjunto de procesos y prácticas (la política) para la toma de decisiones que regulan las relaciones de poder y las demandas que supone la convivencia colectiva, buscando la satisfacción de estas demandas cuya finalidad debiera ser, por supuesto, el bien común. La política es, por lo tanto, la ciencia del bien gobernar (arte, quizá también, para algunos). Adicionalmente, la política debe estudiar, sistematizar y por supuesto proponer, soluciones con respecto a esas ineludibles relaciones de poder que se dan en toda sociedad humana. En la actualidad, es innegable que existe un descontento creciente con respecto al desempeño y a las acciones muchas veces reprobables de quienes se autodefinen como políticos y con quienes ocupan cargos en la función pública, cuyas acciones y maneras de hacer “política” -de forma deliberada o no-, a la larga, consiguen generar, entre otras cosas, fragmentación de la sociedad, lo cual no deja de ser preocupante y evidencia, además, ese creciente descontento popular cuyas expectativas y necesidades no se ven necesariamente cumplidas. La política va más allá de intereses personalistas, clientelares o de grupos aislados que ejercen una particular forma de poder al que a veces nos vemos sometidos al grado de aceptarlo… Y eso, vale la pena considerarlo, y entender que la llamada anti-política que hoy día nos ocupa, no es más que la manifestación de ese creciente descontento popular.

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