Víctor Ferrigno F.

Jurista, analista político y periodista de opinión desde 1978, en Guatemala, El Salvador y México. Experiencia académica en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de Guatemala; Universidad de El Salvador; Universidad Nacional Autónoma de México; Pontificia Universidad Católica del Perú; y Universidad de Utrecht, Países Bajos. Ensayista, traductor y editor. Especialista en Etno-desarrollo, Derecho Indígena y Litigio Estratégico. Experiencia laboral como funcionario de la ONU, consultor de organismos internacionales y nacionales, asesor de Pueblos Indígenas y organizaciones sociales, carpintero y agro-ecólogo. Apasionado por la vida, sobreviviente del conflicto armado, luchador por una Guatemala plurinacional, con justicia, democracia y equidad.

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Víctor Ferrigno F.

Incansable y aguda, Marta Elena Casaus presentará, el 24 de enero, el libro: “La Metamorfosis del Racismo en Guatemala”. La cita es a las 18:30 Hrs. en la Fundación María y Antonio Goubaud Carrera.

La obra llega en un buen momento, cuando el Tribunal Supremo Electoral ha dado el banderazo de salida para una nueva contienda electoral, en la cual se debieran discutir las propuestas programáticas de los partidos políticos para resolver los grandes problemas estructurales del país, como la exclusión, la discriminación y el racismo, pero es previsible que, como siempre, se limiten a las cancioncitas, el reparto de gorras y a una verborrea superficial e insufrible.

Una manera efectiva de perpetuar un problema es negar su existencia. Quienes niegan la vigencia del racismo en Guatemala son cómplices de una lacra social que buscan mantener, a fin de garantizar el goce de privilegios espurios; una de las maneras más eficaces de negarlo es confundirlo con otros vicios como la discriminación o la opresión.

El racismo tiene que ver más con el ejercicio del poder, que con el color de la piel. Históricamente, los racistas han inventado la superioridad de su raza sobre la de aquellos que oprimen, porque ejercen un poder ilegítimo, que no tiene más sustento que el prejuicio racial.

En nuestro país, la pureza de sangre y linaje se invoca para justificar la posición de sanguijuelas chupasangre que los racistas ocupan. Por eso, los indígenas sufren discriminación en el ingreso, en la salud, en la educación, en la política y en toda actividad humana que implique la búsqueda de la igualdad, la democracia y la justicia.

Reconocerle a los pueblos indígenas el ejercicio pleno de sus derechos, no implica que los no indígenas vean reducidas sus garantías cívicas; todo lo contrario.

No es novedad que las élites actúen autoritariamente; lo sorprendente es que muchos autodenominados demócratas les ayuden a cocinar el atol que, juntos, pretenden darnos con el dedo, aduciendo que no se debe reconocer la diversidad étnica y cultural “porque todos somos guatemaltecos, y la globalización nos homogenizará”.

En Guatemala, el racismo y el régimen de discriminación se han venido renovando por siglos. Los discriminadores han hecho gala de ingenio acuñando términos ofensivos para nombrar, despectivamente, a indígenas y pobres. La generación de estos términos no es un asunto lingüístico; es la expresión idiomática de nuestra mayor vergüenza nacional: el régimen de opresión étnico-cultural y de explotación que nos rige.

En ese contexto, la usurpación de la soberanía popular es un viejo vicio que sigue vigente, y es el que ha movido a funcionarios, empresarios, líderes políticos y a falsos dirigentes sociales para aprobar mega-proyectos sin consultar a los pueblos indígenas, limitando la democracia, violando la Constitución y el Arto. 6 del Convenio 169 de la OIT.

La nueva Guatemala por construir -incluyente, plurinacional y democrática- es un barco común que solamente podremos llevar a un puerto seguro si remamos concertadamente. No hay de otra: juntos salimos a flote, o juntos nos ahogamos.

Dicho en palabras de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, «La discriminación y el racismo están asentados en relaciones de poder. Es el poder el que impone a otros sectores la categoría de diferentes. El pensamiento único quiere imponernos su modelo de relaciones y crea una cultura del poder. Nosotros debemos trabajar para crear conciencia de que el otro, la otra, son nuestros iguales».

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