Juan José Narciso Chúa
En una conversación y reflexión sobre la actual situación política con mi buen amigo Arnoldo Aval, coincidíamos en la necesidad de otorgarle otra perspectiva a la discusión, ahora que justamente el Pacto de Corruptos pretende asestar nuevos golpes a la institucionalidad. El actual régimen perdió justamente la credencial o el crédito político en su actuación, en tanto su proceder ha sido desprovisto de toda ética y con ello perdió con la ciudadanía la calidad de gobernante, pues ya no tiene condición moral para mandar y menos aún para ser obedecido.
La pérdida de credibilidad constituye un proceso de erosión constante en su mandato a partir de su incapacidad para articular un proyecto político coherente, a pesar que contaba con el influjo de la Plaza de 2015, no supo constituir un equipo que pudiera generar una conducción estable, ni mucho menos supo enfrentar como gobernante, un momento que invitaba al cambio, amén que se hacía propicio cuando el pueblo buscaba reorientar el estado de situación de una sociedad harta de falsas promesas, de gobernantes corruptos e incapaces y de visualizar un deterioro constante en el tejido social, con expresiones lacerantes de violencia cotidiana y de muestras recurrentes de corrupción en el Estado, de indefensión ciudadana ante atropellos legales y con cortes y magistrados venales que “administraban” justicia sobre la base de pagos bajo la mesa y sentencias amañadas.
Ciertamente el mandatario actual fue electo democráticamente y bajo todo aspecto legal; en eso no hay duda, pero que en la irregularidad de su mandato; en la poca seriedad de sus decisiones y en su alineación dócil a una camarilla pequeña de militares que viven en la contrainsurgencia; un grupo de empresarios que añoran continuar con la “parranda” de la corrupción y un equipo de ministros y secretarios ubicados fundamentalmente para constituirse en ejes de una cadena de coimas y mañas, el actual mandatario perdió toda su legitimidad.
¿Cómo fue socavando su legitimidad? Primero con su imprudencia, impericia y poca seriedad en la conducción del actual régimen. Segundo, con convertirse en un gobernante que apaña todas las muestras de corrupción en los distintos ministerios Mides, CIV, Mindef y otros. Tercero, en convertirse en el pelele de los grupos que conforman el Pacto de Corruptos y concentrar su régimen a la destrucción paulatina de la CICIG, sin miramientos, sin cuidar las formas, descansando en ilegalidades, desobedeciendo las resoluciones del máximo tribunal constitucional y provocando un deterioro mayor de las instituciones de Gobierno.
Pero el rasgo más preocupante y grave para nuestra democracia, es el autoritarismo. Este aspecto no necesariamente debe llevar acciones represivas en contra de grupos de oposición, pero sí ha generado toda una campaña para destruir, descalificar y dañar a todas aquellas personas que con espíritu crítico hemos cuestionado su pobre y cínica gestión. Todo el uso de artificios blandos en apariencia, de mecanismos permanentes de desgaste; de acciones subrepticias, son propias de un autoritarismo que poco falta para convertirse en una dictadura democrática, si no es que ya estamos en ella.
Y el último rasgo es la actitud egoísta de las élites que se han volcado a apoyar las acciones ilegítimas de este régimen caduco, pues lo único que les interesa es mantener el control sobre el Estado y así asegurar la continuidad de sus privilegios de siempre.
Peligrosa actitud de un régimen que se hunde cada día, pero que con ello nos arrastra a un precipicio que no sabemos en dónde terminará. Un régimen para el olvido, pero que sigue causando un enorme deterioro en nuestra sociedad y, principalmente, en nuestro futuro.