Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

El banderazo de salida ha sido dado por el Tribunal Supremo Electoral al convocar el pasado viernes a los partidos y ciudadanía a las elecciones generales.  Quizá en algunas democracias del mundo la noticia sea un acontecimiento generador de emociones… en algunas, menos en la nuestra.  No lo es, no porque seamos una comunidad deprimida, sino porque sabemos que se trata más de lo mismo.

No es prejuicio, pesimismo o mala entraña.  Basta ver la mayor parte de candidatos para persuadirse de que se trata de las mismas caras de siempre.  Los reciclados habituales: Alejandro Giammattei, Zury Ríos, Mario Estrada y Pablo Duarte, por ejemplo. Se trata de personajes oscuros y grises cuya virtud principal es la sobrevivencia en el tiempo, pero fundamentalmente, la capacidad camaleónica que les permite transmutar en lo que sea a conveniencia propia.

“El Tribunal Supremo Electoral exhorta a participar con un espíritu cívico, en un ámbito de armonía y sin confrontaciones”, dijo el pasado viernes, Mario Aguilar, presidente del TSE.  Palabras que se antojan vacías por la conciencia generalizada de que lo único producido por ese “espíritu cívico” ha sido la legitimación de candidatos que no han hecho sino (la mayoría de ellos), saquear las arcas de la nación.

Se reporta que al menos 27 partidos políticos competirán por la Presidencia de la República.  Vaya bicoca.  Demasiado ruido y pocas nueces.  La mayor parte de competidores se lanzan al vacío y prueban suerte: sin proyecto de nación, políticas públicas ni experiencia de labor dentro del Estado.  Auténticos novatos jugadores de lotería.  Esos que esperan la suerte que obtuvo Morales al vencer en las elecciones pasadas producto de una confabulación de los astros a su favor.

Con ello solo seguimos arriesgando la suerte del país.  Nos exponemos, como con el actual gobierno, a la extensión de la pobreza, con una conducción no solo mediocre, sino favorecedor del mismo sistema rentista y corrupto que en Guatemala ha sido la regla, no la excepción.  Justo la mejor prueba de que el retroceso como país, se debe a la pseudo democracia que hemos mal construido hasta ahora.

O sea, seguimos sin condiciones para una transición a país de primer o segundo mundo.  Más bien parece que retrocedemos.  Hemos ralentizado el progreso debido a la rémora tolerada por nuestros gobernantes.  Seguimos como antaño, a causa de líderes miopes, pero sobre todo corruptos y sin vergüenzas.  Manteniendo así, servicios de protección y asistencia social en estado de calamidad pública.

En conclusión, aunque Mario Aguilar siga exhortándonos a participar con espíritu cívico, en armonía y sin confrontaciones, la verdad es que la población sigue escéptica sobre las elecciones.  Engañados y traicionados, los guatemaltecos se resisten a seguir burlados por la clase política y adláteres que no han hecho sino convocarlos para sentirse validados y continuar con el latrocinio de siempre.  Ya deberíamos estar enterados de ello y cambiar el rumbo del país.

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