Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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Por las redes se divulga un video que filma un momento conmovedoramente histórico -inverosímil a ojos de la extrema derecha porfiriana y ubiquista- que, aunque se diga que ya es inexistente y difunta, renace y renace “como cola de lagartija” en las nuevas generaciones, cual -en Guatemala- la de Arzú Escobar. Me refiero al video viral en que un nieto del inmarcesible Zapata da un discurso en el Palacio Nacional mexicano, acto que hospeda, propicia y escucha arrobado Andrés Manuel López Obrador, en el marco del primer centenario del fallecimiento de Zapata (1879-1919) que se conmemorará en México -con pompa y circunstancia- arropado por el horrorizado asombro de la alta burguesía mexicana, que acaso aún suspira por don Porfirio, como tantos guatemaltecos -de la misma condición socioeconómica- ¡anquilosada y atrofiada!, suspiran por los años de la dictadura de Ubico y preservan su “vintage” palacio de la incultura, mamotreto monumental a la ignorancia de la arquitectura -y el arte- con aes mayúsculas. Pero regresemos a México y a sus audacias morenas.

Los dioses y los héroes vuelven a la vida por ciclos y por edades. Emiliano Zapata no resucitó al tercer día. Resucita 100 años después de una muerte prematura, de una muerte en la plenitud de su tiempo, en la tercera década de la existencia -como Cristo- al igual que Cristo y tal vez por las mismas razones socialistas de Cristo.

No hablaba bien el español ni, menos, lo escribía con corrección. Pero entendía las rotundas verdades de la tierra mejor que los doctores en Filosofía, sólo que pobremente vestido y procedente de unas labores de aparcero despreciadas hasta por los “revolucionarios-socialistas de café”. En tan desgarrados atuendos campesinos no merecía ser escuchado o atendido sin voz -ni antes ni después de Porfirio Díaz- el tirano afrancesado y “reformista”, que jamás pensó que existían obreros y campesinos hambrientos y mugrientos, a lo largo y lo ancho del inmenso territorio mexicano, pero en especial en el Sur, vecino y gemelo de Guatemala.

Y para ¡y por ellos, los sin voz!, renace 100 años después de su fallecimiento, en la urdimbre dolorosa y dolorida ¿de la bandera de Morena?, y bajo el alero verde y ubérrimo de las selvas de Chiapas donde ni Madero ni Obregón -ni tan siquiera Lázaro Cárdenas- pudieron o quisieron hacerle justicia al campesino silenciado y humillado, cuyas labores son imprescindibles, pero no sus vidas, no sus sueños, no sus necesidades.

Emiliano Zapata, que murió de 39 años, de hecho fusilado mediante una ejecución extrajudicial por camuflados vicarios de Carranza, no pudo acaso sospechar que iba a reencarnar –hoy en 2019- en hombres que podrían ser sus nietos ¡y en brazos de Morena!, por las mismas causas por las que vivió y murió dentro de la Revolución de 1910, cuya andadura ha sido traicionada ¡largamente!, por el PRI, ante el lema que proclamaba el propio Zapata dando voces altivas y orgullosas y con causa: “¡Tierra y Libertad!”, eslogan conculcado entre las carcajadas de los “Artemios Cruz”, de Carlos Fuentes, cuya estafa y corrupción han reencarnado también, en las impúdicas dictaduras de partido, irónica y justamente en el Partido Revolucionario Institucional, durante muchos años de impunidad.

En la entrega del lunes seguiré hablando de este tema -de crucial importancia ¡hoy! para México y Guatemala, en el dolor que nos une- hablando de y elogiando a Emiliano Zapata, un héroe que debemos compartir los dos países, porque el Sur de Zapata es el indígena Noroccidente de Guatemala: dos llagas abiertas en un costado expuesto y compartido.

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