Carlos Figueroa Ibarra
Desde hace relativamente poco tiempo la palabra “huachicol” en México retumba en los oídos de sus habitantes. Con la globalización informativa, el término ya es ampliamente conocido en el planeta. El nombre que ahora designa en México al combustible robado probablemente venga de la palabra maya “huache” cuyo significado “extranjero” devino en “ladrón”. Al término inicial se le agregó la terminación “col” cuando se le llamó así en Jalisco al tequila adulterado con aguardiente de caña. Al iniciarse la práctica de robar combustible de los carros-tanque y rellenarlos con agua para suplir el faltante, a la mezcla se le llamó “huachicol” evocando su similitud con una bebida alcohólica adulterada. Como sucede con muchas palabras su significado inicial ha sido olvidado: hoy huachicol es el nombre que se le da al combustible robado. Durante los tres sexenios pasados (Fox, Calderón, Peña Nieto) en México el huachicol se convirtió en una industria extraordinariamente boyante.
Las cuentas que ha hecho el flamante gobierno de Andrés Manuel López Obrador, son que las pérdidas estatales por el robo de combustible llegaron en 2018 a 3 mil millones de dólares. Revelación sorprendente ha hecho el Presidente mexicano cuando afirma que el 80% del huachicol proviene de robos hechos desde adentro de PEMEX, mientras que solamente un 20% lo roban los “huachicoleros” que perforan los ductos de la referida empresa. En el estado de Guanajuato, el Gobernador ha afirmado que probablemente el 80% de la gasolina usada en la entidad era robada. Paulatinamente la guerra contra el huachicol, devela cómo la perversa industria involucra a políticos, dirigentes sindicales, empresarios y está vinculada con el lavado de dinero. Andrés Manuel ha hecho del combate al huachicol la primera gran batalla en contra de la corrupción en México. Y dicho combate está teniendo resultados: en diciembre pasado se podían robar hasta 126 mil barriles diarios de gasolina mientras a mediados de enero el robo ascendía a menos de 7 mil. Es consistente la batalla con el plan de rescatar recursos financieros perdidos por la corrupción para contar con un Estado fuerte en inversión productiva y gasto social.
Pero la guerra al huachicol tiene costos. El fin de semana pasado no vi en la Ciudad de México una gasolinera funcionando. Estaban cerradas o había largas filas de vehículos esperando que llegaran las pipas para abastecerlas. El estratégico ducto Tuxpan-Atzcapotzalco ha sido saboteado reiteradamente en los últimos días. La mafia huachicolera quiere rendir a Andrés Manuel apostándole a un descontento de la población ante una crisis de suministro. Esta afecta al momento de escribir estas líneas a 11 de los 32 estados de la federación mexicana. El tiempo corre en contra de López Obrador, pero también de los huachicoleros: la duración de la crisis de suministro de gasolinas determinará al vencedor. Hoy Andrés Manuel está ganando, su popularidad ha subido al 76% y la aprobación de la población, a pesar del desabasto de gasolina, oscila entre un 60 y 90% dependiendo de la encuestadora que la mida. Primera batalla decisiva para la Cuarta Transformación.