Eduardo Blandón
Me encuentro con los amigos, tenemos una reunión para organizar y poner en marcha un proyecto, cuando sucede lo que ya es una plaga en la sociedad posmoderna de nuestros días: la consulta intermitente de sus teléfonos inteligentes. No sucede, es verdad, de manera armónica, pero sí puntual y constantemente. Es una sinfonía de amigos hiperconectados.
Y no es un caso extraño, usted lo sabe porque no es de Marte. Los estudiantes en la Universidad hacen lo mismo, las parejas en citas (también haciendo el amor) y hasta en las reuniones familiares. La interrupción frecuente es la moda, el fraccionamiento constante para mantenernos permanentemente distraídos.
Hay mucha literatura sobre esto con títulos que son tendencia, dedicados a desintoxicarnos de las redes con el propósito de focalizarnos. De artículo, ni hablar. Recientemente, por ejemplo, The New York Times publicó una entrevista a Cal Newport, autor de un libro titulado Deep Work: Rules for Focused Success in a Distracted World, en la que, al llamar la atención sobre el fenómeno, describe los maleficios de nuestra época con las consiguientes sugerencias.
El artículo periodístico, titulado How to Actually, Truly Focus on What You’re Doing, insiste en la idea de que no puede haber un trabajo profundo sin que haya atención plena, pero esta se encuentra amenazada por las infinitas distracciones del día: llamadas telefónicas, notificaciones, interrupciones múltiples (personales, visitas a páginas web, redes sociales…). Por ello, el autor desafía a que nos concentremos poniendo fuera de nuestro alcance lo que nos distrae.
Cal explica que cada vez que activamos el interruptor (lo encendemos o apagamos para hacer diferentes cosas) tiene su costo. La interrupción, dice, crea un efecto que los psicólogos llaman atención residual que a la larga reduce nuestra capacidad cognitiva para dedicarnos a no pocas tareas sustantivas en nuestra vida. Como de lo que se trata es trabajar para producir y resolver problemas, el autor sugiere al menos tres reglas.
La primera consiste en trabajar con profundidad. Básicamente consiste en comprometerse con tareas distribuidas en bloques, usar el calendario y fijar citas. Una vez clarificados los propósitos, proteger el tiempo evitando las distracciones para producir los frutos que se esperan. Obviamente, todo ello exige disciplina y esfuerzo constante.
La segunda regla consiste en abrazar el aburrimiento. Se trataría del reconocimiento de que toda tarea exige una especie de milicia o fortaleza personal en la que es inevitable sudar la camiseta. Algunos jóvenes y adultos no aceptan las consecuencias del trabajo y por ello, mientras estudian –por ejemplo–, revisan las redes sociales o ven videos en YouTube para disminuir la fatiga.
La tercera sugerencia consiste en renunciar a las redes sociales. Para el autor, no se puede trabajar en serio mientras vivamos atentos a lo que sucede por el mundo. Por tanto, el trabajo exige no Facebook, no Instagram, no Twitter (entre otras tentaciones digitales). Así, poco a poco, no solo se verán los resultados, sino que lo producido será de mayor calidad.