Juan Jacobo Muñoz Lemus
¿Qué hace que eso que para usted es tan importante, a mí no me importe? Lo pregunto, porque hasta tuvimos una educación parecida.
Supongo que distintas experiencias, pueden logran que cada quien, sea el resultado de lo que aprende. Debe ser así como las ideas preconcebidas, quiero decir los prejuicios, van y vienen.
No en balde, los humanos somos afectos a explicaciones lineales de causa y efecto que nos hacen creer que las historias son así de sencillas, y que una cosa es la que define a la otra. Ejemplos hay muchos, como creer que tener sexo con alguien, es signo de que estamos en una relación profunda.
Cuantas cosas tendremos que quitar, para sacar de en medio, falsas conclusiones tan convincentes y generadoras de tanto alivio. Sin duda, luego de percibir la realidad que nos llega en estímulos, la editamos y la retocamos para crear un cuento. Al principio un cuento de hadas, que con el tiempo puede fácilmente convertirse, en uno de terror.
Nadie niega que todo esto se hace de manera inconsciente y hasta con buena intención. Nos proyectamos mucho en la admiración de lo que no somos y reaccionamos con avidez a las características que vemos en alguien, y que nosotros quisiéramos poseer.
Hay que estar vigilante, porque hasta lo bueno puede salirse de control; y aunque es molesta cualquier supervisión, es necesario cuidar que no salga peor la cura que la enfermedad. Nuestro país hace poco descansaba en la fe de estar viviendo una primavera judicial; con la misma gente utilizada y como siempre sin saber por qué. No se trataba de bandos, pero eso se volvió, y la realidad en manos de la sensatez y la insensatez, terminó en dos realidades distintas y un resultado que al final solo sirve a los mismos.
Me pasó a mí mismo, viviendo mucho tiempo como si fuera otro. Cuando de joven me embriagaba, me angustiaba que al final, alguien tuviera que contarme mi vida. Hay cosas que borran la memoria y que hacen olvidar quien se es. Yo fui aficionado a esas cosas.
Hablaba de vivir mis sueños, y en las noches soñaba que no vivía placenteramente. Qué bueno que los sueños, son pistas que da el alma.
Para entrar en uno mismo, hay que salir de uno. Dejar de guardarse y atreverse a la vida y a la verdad, para volver con ellas en las alforjas. Solo si toleramos vernos como lo que somos; bueno y malo, cielo e infierno, infinitos e irreducibles; estaremos en la capacidad de no perder el camino, principalmente el camino de regreso.
Acostumbrados a la gratificación inmediata, nos enfocamos más en el deseo y en el placer. Renunciamos fácilmente al conocimiento exhaustivo, a la exploración de los detalles y a lo que no es tan evidente enseguida.
Así son los cuentos. Uno encuentra algo y cree que todo se resuelve. Puede ser un objeto que de poderes o conocer a alguien que acarrea la felicidad eterna. Nadie quiere pasarse la vida sintiéndose perseguido por el monstruo de la vida; la misma que aparece en los sueños.
Cuando aceptamos algún cuento (digamos un candidato que ofrece soluciones definitivas a problemas ancestrales), o cuando creamos alguno, como creer que una persona es la solución a todos nuestros miedos y a la soledad; solamente tapamos el sol con un dedo para no sentirnos indefensos ante tanta complejidad. Algo que puede ayudar a dormir a un niño, pero que no servirá de consuelo a ningún adulto.