Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Empiezan a surgir propuestas que apuntan a la necesidad de encontrar una salida negociada a la crisis del país, sin especificar los términos de la negociación ni lo que se pondrá a debate. La evidencia de que vamos por muy mal camino y que el manotazo pasará enormes facturas no sólo a quienes den la cara en el momento crítico sino a quienes desde la sombra lo vienen empujando, obliga a que se vaya ya pensando en una nueva modalidad de la Instancia Nacional del Consenso, como la que vimos en 1993 cuando el tal consenso “lo armaron e hicieron ellos solitos”, usando a la sociedad civil como adorno para decorar la jugada.

Pero arrancan de falacias que deben ser evidenciadas. No hay tales de que los promotores del cambio, esa lucha contra la corrupción, se aventaran ambiciosamente a la victoria total ni que los deslumbraran las cámaras y las portadas de los diarios. Eso de la victoria total es el eufemismo para no decir que el punto de quiebre en todo el proceso fue cuando se formularon cargos contra personajes que por tradición histórica de impunidad jamás pensaron verse sentados en el banquillo de los acusados. Son los mismos que en 2015 se presentaron orgullosos aplaudiendo en la plaza porque los sindicados eran los shumos y las acusaciones contra Baldetti, Pérez Molina y Juan Carlos Monzón eran dignas de toda clase de encomio.

Es pura paja que el cambio se diera porque a Iván Velásquez y Thelma Aldana les hayan encandilado las Cámaras. Todos fuimos testigos del tono mesurado que siempre usaron en sus presentaciones públicas, sin aspavientos ni shows como el que montó el Presidente la semana pasada con un elenco que para el pelo. Todo cambió, de verdad, cuando los nombres de los sindicados empezaron a ser de campanillas porque eso sí que fue visto como una auténtica salida del guacal. Cómo va a ser posible que “prestigiosos dueños de empresas de renombre” sean citados a declarar por financiamiento ilícito si eso es algo que siempre han hecho (y siguen haciendo) para asegurar los privilegios que históricamente han impedido un crecimiento más equitativo en el país.

Acusar, como hacen algunos, a Iván Velásquez de haber provocado la polarización en la sociedad es la patraña para taparle el ojo al macho. La polarización fue generada por los que, gracias a experiencias del pasado en el manejo de la opinión pública, sabían que el guatemalteco desde el 54 vive con esa dicotomía entre izquierda y derecha que asocia el mal con lo primero y el bien con lo segundo. Y fueron las élites las que trajeron a Uribe a hablar de Iván Velásquez como izquierdista y las que propagaron la tesis de que la lucha contra la corrupción era una cuestión ideológica. Sabían que con ese argumento la sociedad nuestra se iría con la finta y que algunos se iban a tragar el engaño.

Descubiertos, ofrecieron admitir públicamente su culpa, pero les fue tan incómodo que se retractaron y emprendieron la ruta contra el Estado de Derecho. Ese es el origen del entuerto mayor y ahora, muy vivos, ofrecen diálogo para salir de una crisis que ellos mismos crearon y mantienen.

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