Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Ayer falleció el columnista de La Hora Juan Francisco Reyes López, exvicepresidente de la República y figura pública durante las últimas cuatro décadas en el país desde que el gobierno de facto de Ríos Montt lo nombró para dirigir el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. Por su carácter y forma de encarar las funciones que desempeñó, Paco se convirtió en una de las personalidades más polémicas de la vida nacional, realidad que él siempre entendió y encaró sin ninguna dificultad, seguro de que siempre hacía lo que según su conciencia y su leal saber le correspondía de acuerdo a su propia visión de los temas.
Yo lo conocí en una visita que hizo a La Hora en aquellos años de gobierno de facto y mantuvimos una especial relación de amistad y aprecio con mutuo respeto por nuestras posiciones, muchas veces confrontadas, pero sin que ello fuera obstáculo para una relación más que cordial. Vivimos en una sociedad en la que cuesta mucho buscar acuerdos y entendimientos porque asumimos con desmedida pasión puntos de vista y enfoques que nos confrontan aún con nuestros familiares, no digamos con amigos y conocidos.
Habiéndome formado en la escuela de mi abuelo, quien peleaba con toda la garra imaginable sus puntos de vista polemizando a diestra y siniestra sin nunca agarrar pleitos personales por las diferencias de opinión, encontré en la relación con Paco esa misma actitud edificante.
No tuve mayor contacto con él mientras fue el Vicepresidente de la República en tiempos de Alfonso Portillo, pero cuando cesó en sus funciones visitó nuevamente La Hora para plantear la posibilidad de tener una columna en la que pudiera expresar sus puntos de vista sin cortapisa alguna. Vengo a La Hora, me dijo, porque aunque mis opiniones puedan ser distintas a las del medio, sé que no seré nunca censurado ni limitado en mi derecho a expresión. Había seguido con detenimiento nuestras páginas editoriales durante mucho tiempo y había comprobado esa amplitud que hemos tratado de mantener.
Disciplinado como pocos, sus columnas empezaron a llegar con meticulosa regularidad y a lo largo de varios años fue plasmando su pensamiento y sus opiniones en estas páginas. Con el tiempo empezó a hacer anualmente la recopilación de sus columnas para publicarlas en un libro que cada año editaba para repartir profusamente.
Pero creo que Paco nunca pudo reponerse de lo que yo he considerado una infamia cometida en su contra, con esa absurda acusación que le hizo el Ministerio Público de Juan Luis Florido en los tiempos de Berger, señalándolo de haber hecho un préstamo hipotecario al Patronato Antialcohólico para apropiarse del terreno. Fue una pura vendetta política que le amargó el resto de la vida, porque murió sin que el asunto hubiera sido resuelto en los tribunales.
Él mismo afirmaba que no era monedita de oro y estaba muy consciente de las animadversiones que despertaba con su línea, la que nunca cambió para quedar bien ni ganar simpatías. Pero me consta que era un guatemalteco sinceramente preocupado por el país y que hasta el último día quiso ofrecerle lo mejor de sí y eso es mucho decir en un país en el que campea tanta indiferencia.
Que descanse en paz mi querido amigo, porque se lo merece luego del calvario en el que lo colocó su salud en estos últimos años.