Víctor Ferrigno F.
La rotación que la Tierra efectúa sobre su eje marca los días, y el movimiento de traslación que el planeta realiza alrededor del Sol establece los años. Pero, además de girar, el mundo cambia; es decir, con el tiempo la humanidad va modificando su percepción sobre los fenómenos sociopolíticos, pero hay actores que no quieren ver o aceptar ese cambio.
Esta reflexión de inicio de año viene a cuento, porque la clase política y la cúpula empresarial que la tolera y la corrompe, se niegan a aceptar que la ciudadanía guatemalteca ya se hartó de sus corruptelas, de su impunidad y de su dominio. La batalla del Pacto de Corruptos (empresarios, políticos y militares) para frenar las acciones de la justicia pueden retrasarla, pero no impedirla. Ninguna de las maniobras ilegales que han emprendido contra la CICIG, Iván Velásquez o la Corte de Constitucionalidad les ha funcionado, hasta ahora.
El sistema de dominación económica, política, ideológica, social y militar se cae a pedazos, producto de sus propias contradicciones, acumuladas por siglos. La impericia y el desgobierno de Jimmy Morales solamente han acelerado el derrumbe.
Muchos analistas nacionales y extranjeros se preguntan cómo ha sobrevivido un sistema de dominación tan brutal, en un país con índices tan altos de exclusión, pobreza, injusticia y violencia. La respuesta es compleja, pero un factor ha sido determinante: la impunidad.
El pueblo ha dicho basta a la corrupción y la arbitrariedad, y se ha movilizado desde 2015 para enfrentar el pacto de impunidad de los diputados, el gobierno y los empresarios venales.
El movimiento ciudadano contra la corrupción y la impunidad ha sabido mantener su independencia, se autoconvoca, se moviliza y se da directrices, al margen de las élites tradicionales. El CACIF, los políticos tradicionales, los “ciudadanos ilustres” y sus empresas de comunicación han quedado al margen, pues todos carecen de credibilidad y legitimidad.
Estos factores tradicionales de poder mantienen el dominio de clase, pero han perdido la hegemonía social, es decir, la capacidad para que los oprimidos hagan suyo el proyecto de los opresores. Buena parte de la ciudadanía les ha perdido el respeto y se ha rebelado, pues entienden que ellos son corruptos de cuello blanco e impunes de postín, por lo que no pueden ser parte de la solución.
El derrumbe definitivo de ese nefasto sistema de dominación no será ni rápido ni fácil, pero es inevitable. Necesitará muchas luchas y manifestaciones, como la del 20-S, así como amplias alianzas nacionales e internacionales.
El año que inicia será de grandes batallas, comenzando por la electoral, proceso en el que hay que depurar al Congreso, evitando votar por los corruptos.
En la medida que cambie la correlación de fuerzas, hay que reformar la Ley Electoral, para establecer condiciones de transparencia, equidad, participación y control de fondos y propaganda, para ir a una Asamblea Nacional Constituyente de poder originario, a fin de construir otro modelo de Estado, uno plurinacional, democrático, incluyente y con justicia social.
Mientras tanto, hay que desenmascarar a hipócritas y demagogos, y con Benito Juárez digámosles: “Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo y con sus hechos lo traicionan”.