Eduardo Blandón
Hemos vuelto a la rutina y apenas nos recordaremos de los buenos propósitos de principio de año. Esto no resta valor, sin embargo, al ímpetu con que nos inspiramos en diciembre enfocándonos ficcionalmente en el futuro. Más bien quiero decir que la fatiga de los días es un condicionamiento que debemos estimar para perseverar en nuestras aspiraciones.
Entiendo que hay algunos que ya no se proponen nada. Han fracasado tantas veces que el ejercicio lo juzgan pérdida de tiempo. Tengo para mí que no debemos claudicar dejándonos llevar por una vida deslucida, transitando la vida sin mayor lustre. Atrapados en el tiempo, engullidos por el ocaso de los días. Como bestias del campo aburridos en el ejercicio de pastar en el huerto.
Creo que trazarse metas es de lo más valioso a inicios de año. Soñar en el futuro, situarse en él para reconstruir y retomar la vida. Casi como rebelándonos al destino, con la creencia de que algo podemos hacer por nosotros. Y aunque hay muchísimos condicionamientos que nos llevan a afirmar lo contrario, alguna posibilidad se encuentra en nuestras manos. Algo podemos hacer.
Quizá deberíamos enfocarnos más en ser felices. Renunciar a la amargura, perdonar (perdonarnos) y trabajar ya sanados en la realización de nuestras pasiones. Intentar decorar más elegantemente (amueblar) nuestro cerebro. Leer más, estudiar mejor, estimular nuestra curiosidad intelectual, ser creativos y modificar nuestro lado menos amable. Esforzarnos en ser mejores personas, menos rencorosas y más amables. Dulcificar nuestro carácter.
Pasa por no pactar con nuestros defectos. Trabajar nuestro orgullo, envidias y celos. Aplicarnos en el dominio propio, renunciando en serio a nuestros vicios. ¡Carajo! Cuesta mucho, más si se es chucho viejo, animal amañado por el tiempo y las malas costumbres. Con todo, hay esperanza. La plasticidad siempre puede ser proverbial en nosotros mismos. Por ello, hay que procurar el cambio por enésima vez, setenta veces siete, siempre.
Ya me dirá alguno que hay mucho romanticismo en lo que escribo, ramplonería y sosedad. Y sí, claro, puede que sí. Pero no hago sino expresar lo que siento quizá también con afanes de persuasión propia. La voluntad de que, a fuerza de repetir y escribirlo, me cale. Con afanes de cumplir aquello de “médico, cúrate a ti mismo”. De modo que esto también es una autoprédica en un espíritu también desconfiado como el de alguno de mis escépticos lectores.
Vamos, intentemos algo distinto. La repetición de la vida ordinaria no procura sino lo gris, el estado de un plano descolorido. Quizá sea una manera de salvarnos en un universo abandonado y entregado a la decadencia. Usted es muy inteligente como para aceptar la enfermedad en espera de la muerte. Sabe que puede recuperarse si se lo propone, si se aplica de modo distinto a como lo ha hecho hasta ahora.