Alfonso Mata
Nuestra política ha dado lugar desde hace décadas a lo mismo: incumplimiento de la Ley, injusticias, desigualdades. Capitalismo o socialismo, pareciera que ninguno tiene la solución, ambos permiten que millares sufran en la mayoría de países que enfrenten constantemente lo mismo, aunque cada vez en mayor extensión. Son raras y muy pocas las naciones que han logrado reducir los estragos de estas situaciones.
Totalmente claro resulta también que las palabras “inequidades, injusticias, pobreza” resultan diferentes e incongruentes en cuanto significado e interpretación, a todos los grupos sociales que definen nuestra nación y eso modula lo político, lo social, lo económico y un modo de vida, generando una incongruencia para actuar debidamente con democracia, llevando esa confusión a una Torre de Babel para atender lo social, generando el famoso diálogo del ciego y el tullido: cómo te va le pregunta el ciego al tullido y este le responde como usted ve. Entonces ¿qué es lo que oímos en la plaza, en reuniones y conversaciones públicas y privadas? ideas y aseveraciones confusas, sin que a la fecha hayamos podido aclarar qué es la política, lo social; qué es el Estado, la sociedad por la que soñamos y queremos tener y vivir dentro de ellas; y sin lograr aclarar todo ello juntos los unos y los otros, estamos perdidos y jodidos. Jamás hemos querido juntar creencias, actitudes, suavizarlas y tolerarlas y tampoco lanzarnos en la empresa de ponernos de acuerdo al respecto, pues no existe el término de sacrificio, si el de deseo y posesión.
Y en medio de esa crisis de desigualdades de ideas y de actos, que más nos acercan a nuestra animalidad que humanidad, hemos conformado cada grupo, mundos cargados de miedo y temores perpetuos de los unos hacia los otros y de muchas inseguridades aun hacia lo que hacemos en medio de esas inquietudes. Pero, simultáneamente actuamos pasivamente ante el temor de que cambiar lo que existe resulta aún peor y temiendo que nuestro apetito por las cosas que tenemos y logramos y nuestros deseos se desplomen. De tal suerte que todos nos hemos sumergido dentro de una política que resulta dramática, tanto en el presente como históricamente. Nunca sabemos, como pueblo, lo que nos va a deparar y mucho menos acertamos lo que sucederá, luego que elegimos; de tal suerte que cada elección de autoridades y gobernantes que hacemos, es puro peligro y riesgo. Entonces –me pregunto- de qué sirve votar si no existe la mínima posibilidad en lo que voto. Voto entonces con la seguridad de darle continuación a la inseguridad. Ese es un juego de lotería que siempre desvanece la ganancia como fantasma. Esa realidad lo que nos muestra, es que no vivimos una decadencia política sino una degeneración en su real sentido, donde se ha volatilizado el bienestar y el desarrollo humano de la mayoría, convirtiéndolos en entes abstractos, irresponsables e inexistentes que incluso conducen a responsabilizar al pobre de su pobrería. Vamos a tener que construir sobre ruinas si queremos lograr algo.