Felipe Gómez Alonzo y Jakeline Caal se han convertido en los rostros de esa nuestra niñez abandonada por las instituciones y expulsada por la falta de oportunidades y la pobreza que son causantes de esa migración tan cruel y, obviamente, peligrosa. Dos niños guatemaltecos muertos tratando de ingresar a Estados Unidos porque tampoco allá atinaron a darles la protección necesaria para evitar ambas muertes, pero sin andar buscando culpables, que los hay y muchos, tenemos que decir que es la indiferencia de nuestra sociedad y, especialmente, de las autoridades, lo que ha causado esos tristes y dolorosos desenlaces.

Si tan sólo hubieran tenido acceso a la alimentación, a la escuela y la salud, seguramente que sus padres no hubieran viajado con ellos para, como aseguran los Coyotes, facilitar el ingreso a Estados Unidos. Según reportes noticiosos en este año se han multiplicado los casos de niños, solos o acompañados, tratando de cruzar la frontera y detenidos por las autoridades, estimación que ronda alrededor de los 25 mil, a los que se debe sumar la cantidad de quienes lograron pasar sin ser detectados.

Y es que tenemos un Estado que se fue pervirtiendo para abandonar sus fines esenciales. La cooptación hizo que todo el aparato público fuera puesto al servicio del selecto grupo de financistas que fueron aumentando sus privilegios a cambio de dejar que los recursos públicos fueran piñatizados para beneficio de la corrupta clase política.

Hoy la situación es peor, puesto que además de esa perversión vemos que todo el aparato del Estado fue puesto al servicio de la lucha contra la corrupción y no hay nada que se haga o diga que no gire alrededor de la obsesión por destruir a la CICIG luego de que ya lograron neutralizar al Ministerio Público al colocarlo en posición de inútil vigilante.

Llora sangre que hasta en Estados Unidos cause más dolor la muerte de esos niños que en Guatemala, donde ningún funcionario pudo acompañar el entierro de Jakeline Caal, siquiera como muestra de elemental solidaridad y las reacciones ante la muerte de Felipe Gómez han sido absolutamente tibias, a tono con la indiferencia que causa la muerte de pequeños en condición de tan brutal y dramático abandono.

Felipes y Jakelines hay a lo largo y ancho de la geografía patria y sabrá Dios cuántos han emigrado o están por hacerlo desesperados por la ausencia de esperanza, de ilusión por su futuro en el país que los vio nacer y de acceso a oportunidades mínimas, las más básicas, a las que como humanos tienen derecho.

Redacción La Hora

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