Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata

Termina 2018. Los pocos días que quedan de él los absorben las festividades de fin de año; entre la magia navideña, esa que hace que digamos paz y amor, y el desborde de fiesta que provoca el recibimiento del año nuevo, las angustias políticas se tranquilizan y las inconformidades sociales se atenúan, pareciera que todo entra en estado cataléptico. Reviviremos en enero, después de la catarsis que las festividades permiten. De toda esta parafernalia estarán ausentes una gran parte de guatemaltecos, cuyas condiciones de pobreza y exclusión los deja afuera de esta catarsis colectiva. Ellos no necesitan de un Grinch que les robe la Navidad, ésta nunca les ha llegado.

Sin embargo, para quienes tenemos el privilegio de hacer esta catarsis, principalmente las clases medias y altas, sería muy deseable recuperar el sentido espiritual (no sólo religioso) de esta época, para rescatarla del secuestro consumista en que se encuentra.

El contenido cristiano de la Navidad, debemos recordar, es ser el inicio de una vida entregada a transformar la realidad social entonces prevaleciente. Retomar la esencialidad del cristianismo puede ser pertinente de cara al nacimiento de ese hermoso personaje, cuya vida, pasión y muerte fue una lucha por construir una sociedad distinta. Nació en la pobreza, no en los oropeles de la realeza, un carpintero fue su padre. Nunca fue rico y sus seguidores fueron también los pobres. Su lucha fue tenaz y terminó sacrificando su vida, cuyo inicio se conmemora ahora. Para algunos seguramente sería un “populista”. En Guatemala, la pobreza, la desigualdad y la exclusión siguen siendo incoherentes con la visión cristiana de la vida y del mundo. El arbolito, costumbre importada y los regalos que lo rodean son tan ajenos al cristianismo como lo es la nieve que ponemos en ellos, con nuestra realidad tropical.

Pero dejemos de pensar en esas incoherencias y disfrutemos la época catártica que vivimos.

La otra parte de estas festividades es el recibimiento del Año Nuevo. También acá debería prevalecer la reflexión sobre lo que nos espera, no tan solo la embriaguez de los convivios y la algarabía de la media noche, con la cual finalizará el año viejo.

A nivel individual habrá quienes despidan el año que termina con alegría por lo que les ha dado; otros le diremos adiós contentos que termine por lo malo que nos ha dejado. Pero para todos, el inicio de un nuevo año significa la posibilidad de abrir una nueva página en el libro de nuestras vidas. Tendremos 365 días para escribir en ellas.

A nivel colectivo el año que nos espera puede ser trascendental. Tendremos la oportunidad de “elegir” un nuevo gobierno. Se avecina una campaña electoral que seguramente tensará contradicciones y podría acrecentar la polarización existente. Pero Guatemala, por trillado que parezca decirlo, requiere, como siempre, un Pacto Nacional, una concertación sobre una agenda mínima que nos permita caminar juntos durante un tiempo.

A esas dimensiones espirituales me refiero al inicio de este artículo. No permitamos que el estruendo de la pólvora, calle el grito de cambio que este país clama. La catarsis de fin de año no debe servirnos para regresar en enero con el ánimo de continuar nuestro acomodado conformismo.

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