Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Se puede condenar de manera enérgica el comportamiento de la Patrulla Fronteriza a cargo del operativo en el que detuvieron a Nery Caal y a su hija, de 7 años, Jakelin Caal Maquín, y hasta a la política establecida por el gobierno de Donald Trump por ese trato inhumano a migrantes que él no para de señalar como criminales peligrosos. Se puede culpar también a los Coyotes que han propagado la idea de que ayuda mucho llevar niños en la travesía para facilitar el ingreso a Estados Unidos y a toda esa cadena de traficantes de seres humanos que se enriquece aprovechando la desesperada necesidad que hay en muchos para viajar en busca de un futuro, aún a costa de correr riesgos, que, como se ve, llegan a ser mortales.

Sin embargo, los que merecen ser condenados son quienes pervirtieron nuestro Estado para convertirlo en un facilitador de negocios y trinquetes en vez de concentrarse en el cumplimiento de su fin esencial que es el de promover el bien común. Mientras el país siga siendo presa de la corrupción seguiremos desatendiendo a la población más necesitada, lo que implica expulsarlos en forma cruel de su tierra para emigrar por absoluta y desesperada necesidad a fin de agenciarse los ingresos suficientes para subsistir.

Los medios hemos publicado reportajes y fotografías de las condiciones en que vive la familia Caal en un caserío de Alta Verapaz, y parte el alma observarlos en ese entorno de absoluta miseria. Cualquiera puede decir que el culpable de la muerte de Jackeline fue su padre por llevarla a esa peligrosa aventura, pero cuando uno ve esos cuadros tan coloridos por el paisaje y tan dantescos por la miseria, entiende la desesperada decisión de dejar a la familia atrás para ir en busca de esa oportunidad que aquí no hay para trabajar y producir lo suficiente para alimentar, por lo menos, a los hijos y a la esposa.

No busquemos culpables porque no hace falta. Están allí, algunos ya presos en el Zavala, otros sujetos a proceso penal y otros haciendo cabildeo para que se acabe la lucha contra la corrupción para que siga la fiesta que les ha dejado acumular millones que se los robaron a los Caal y a millones que, como ellos, viven en absoluta miseria. Están allí, cobrando sueldos en el gobierno y multiplicándolos por la corrupción a la que se dedican en cuerpo y alma. Y los culpables también están allí, en medio de una sociedad indiferente que sabe lo que pasa, que entiende el efecto de la corrupción, pero que prefiere no mojarse los calzoncillos para expulsar a los corruptos y hacer que todos, tanto los funcionarios como los particulares, enfrenten la justicia para pagar por sus crímenes.

La vida del migrante es un calvario muy lejano a la panacea que para otros significa visitar Estados Unidos. No es el “gran negocio” que pintan los Coyotes, pero sí que, aún con la discriminación exacerbada por la xenofobia trumpista, resulta una gran oportunidad comparada con las que aquí no hay. Allá, aún sin educación o preparación, el trabajo esforzado y duro rinde y alcanza para enviar esas remeses a costa de sangre, sudor y lágrimas.

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