La iniciativa de Acción Ciudadana para empezar la conmemoración del Día Internacional Contra la Corrupción el pasado viernes coincidiendo con la Quema del Diablo de la tradición tan chapina, invita a reflexionar sobre el verdadero demonio que agobia a la sociedad guatemalteca y que no es otro sino esa asquerosa actitud de políticos y sus socios para aprovecharse de los recursos públicos en perjuicio de la enorme cantidad de pobres que hay en el país.

La tradición de sacar basura de las casas para hacer fogatas parece haberse iniciado en el siglo XVI para iluminar el trayecto de la procesión de la Virgen de la Inmaculada Concepción e invitaba a una limpia profunda de las viviendas y de paso “quemar al Diablo” y es una de las más antiguas costumbres de nuestra religiosidad. Nada mejor, entonces, que iniciar en ese día la celebración del Día contra la Corrupción porque no hay demonio que cause más daño en Guatemala que la existencia de ese trágico aparejo entre impunidad y corrupción, mágicamente amañado por poderosos sectores para asegurar que el saqueo de la cosa pública y la acumulación de privilegios en manos de los mismos de siempre se pueda producir sin temor a consecuencias legales de ninguna naturaleza.

Durante años la mancuerna entre políticos y sus financistas se intuía como causante de la ausencia de real democracia en el país, pero fue a partir del año 2015 que dejó de ser intuición para convertirse en palpable realidad gracias a las investigaciones realizadas por la CICIG y el Ministerio Público que permitieron no sólo probar la Cooptación del Estado sino corroborar que el financiamiento electoral se convierte muchas veces en el soborno que de manera anticipada se entrega a los aspirantes a gobernar el país con tal de que se comprometan a perpetuar un sistema de privilegios originado en la corrupción.

No estamos frente a una corrupción clásica, entendiendo aquella como la existencia de mordidas en cualquier trámite para agilizar las decisiones de la autoridad. Estamos frente a algo mucho más perverso porque no sólo es la coima sino sus consecuencias que son las causantes de que seamos uno de los pocos países del mundo donde no retrocede la pobreza y en donde el principal producto de exportación es la gente que luego apalanca la economía con sus remesas.

Una corrupción que no sólo roba al erario, sino que le roba a la gente las oportunidades para mejorar su calidad de vida. Y ese tipo de podredumbre es auténticamente demoníaca y vale la pena quemarla.

Redacción La Hora

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