Si algo se resiste a morir es la vieja política que no desea dejar siquiera espacio al surgimiento de nuevas opciones, sobre todo cuando son realmente distintas y diferentes. Muchos partidos se han ido formando en los últimos tiempos sin que nadie mueva un dedo para contenerlos, acaso porque las expresiones de esa vieja política los ven como futuros aliados y no como una amenaza, pero la infundada impugnación que se hace contra el Movimiento Semilla, argumentando que su símbolo se parece mucho al de otro partido nuevo, pinta de cuerpo entero a la Unidad Nacional de la Esperanza como uno de esos grupos mezquinos que recurren a cualquier treta para torpedear a quien, en buena lid, les pueda representar una amenaza.
El tema es que en esta oportunidad se está jugando más que una simple elección en el proceso que se avecina porque lo que en el fondo está en disputa es si el país sigue cooptado por los financistas de siempre o si, por fin, puede empezar a construir una democracia que desplace para siempre a la pistocracia que venimos sufriendo. Aquí no cuenta el sentir de la gente sino lo que cada partido tiene de recursos para comprar los votos necesarios para ganar una elección. Se ha convertido al electorado en una masa clientelar que ha vendido su voto por una cachucha, por una playera, por láminas y otras dádivas y hasta por un simple plato de lentejas. El secreto fue saber ponerle precio a los votos y a partir de ello, de esa política clientelar, convertir al financista en la pieza esencial de toda campaña.
Que pueda surgir un movimiento nuevo capaz de dar esperanza a la gente de que las cosas pueden cambiar es una terrible amenaza para la vieja política que instruye a sus monigotes para que presenten acciones legales por absurdas que puedan parecer. Los símbolos señalados no tienen ni un ápice de parecido, lo cual hubiera bastado para rechazar sin más trámite la perogrullada, pero las autoridades electorales no fueron puestas por gusto y están allí para servir a la vieja política y de esa cuenta, absurda y extemporánea, la impugnación es tramitada.
Eso ya nos debe alertar sobre cómo será el proceso electoral próximo, puesto que los árbitros serán compadre hablado, listos y dispuestos a proteger a toda costa a la vieja política que les da de comer y les mantiene como autoridad suprema. Una vieja política que se resiste a ceder sus espacios y, sobre todo, a permitir que la gente pueda tener opciones sanas.