Félix Loarca Guzmán
La marcha de la historia no se detiene. En ese contexto, es oportuno recordar y actualizar la célebre frase de José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, en el sentido que los derechos se toman, no se piden.
En un momento de grave crisis política, social y económica por el retorno al pasado en buena parte del continente americano, de la ultraderecha retrógrada y agresiva, que está volviendo al poder público con ansias de revanchismo enfermizo, el ascenso al poder en México del destacado líder político Andrés Manuel López Obrador, (AMLO), representa una esperanza de cambios a favor de la democracia real en un marco de paz con justicia social.
Durante su discurso del inicio de su gestión el pasado sábado 1 de diciembre en la Plaza El Zócalo de la capital de México en una multitudinaria concentración popular, en donde miles de personas lo vitorearon con gran entusiasmo, el nuevo Presidente fijó con claridad algunas de las principales líneas de su gobierno a favor de los oprimidos.
López Obrador dijo que “por el bien de todos, primero los pobres”. Luego ratificó una serie de medidas que lo identifican desde ya como un gobernante progresista que rechaza la ostentación y la corrupción, favoreciendo a las personas que tradicionalmente han sido víctimas de la desigualdad y la exclusión social.
Ratificó y puso en práctica una de sus principales promesas, en el sentido de cancelar la residencia de Los Pinos ubicada en el Bosque de Chapultepec como la Casa Presidencial que ocuparon nueve presidentes mexicanos, incluyendo al gobernante saliente Enrique Peña Nieto. Anunció que vivirá en su casa particular como lo ha hecho siempre. De inmediato ordenó la apertura al pueblo de la histórica residencia presidencial, para convertirla en un espacio abierto, que se destinará al arte y la cultura.
Asimismo, resulta reconfortante para un mejor futuro, su determinación de apartar a su país de la economía neoliberal que tanto daño ha causado al pueblo de México.
También es admirable su postura en materia de política exterior, de volver a la antigua tradición mexicana, de mantener un absoluto respeto al principio de libre autodeterminación de los pueblos y de no intervención en los asuntos internos de otros países.
La primera muestra de esa política, fue que contra la opinión de políticos de extrema derecha, y las críticas de algunos medios de comunicación supeditados al gran capital, López Obrador ratificó la invitación al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, para que asistiera a los actos de su toma de posesión.
El líder sudamericano que ha enarbolado con gran dignidad la bandera de la independencia sin sujeción a los intereses imperiales del norte, estuvo presente en los actos de ascenso al poder del nuevo Presidente, recibiendo numerosas muestras de cariño y simpatía de los movimientos populares del pueblo mexicano.
Sin embargo, esa acogida afectuosa y espontánea fue ignorada por la prensa mercantilista, evidenciando su pobre o nula objetividad.