No todos los que han llegado a la Presidencia de los Estados Unidos han sido grandes estadistas ni hombres impolutos, pero dados los estándares actuales, la figura del desaparecido George W. H. Bush alcanza proporciones épicas precisamente por su tono para comunicarse, la caballerosidad en todos sus actos y la mesura y corrección en su vida privada. A pesar de que fue Presidente únicamente un período y no logró la reelección, es una de esas figuras políticas que resultan absolutamente respetables que después de ejercer el poder, gozan del cariño y afecto de la ciudadanía en general. Jimmy Carter es otro ejemplo de esa clase de políticos que gozan de amplio reconocimiento a pesar de que en su momento no lograron reelegirse.

Hubo épocas en que los dirigentes mundiales eran, casi por necesidad, verdaderos estadistas admirados y respetados aún por sus más enconados adversarios que no tenían más remedio que guardarles ese tipo de consideraciones por su valía intrínseca, talento y forma de actuar. George Bush padre fue uno de esos políticos que podían no llegar a gozar de amplia popularidad o que carecían del carisma para arrastrar multitudes, pero que todo mundo reconoce como gente de buena fe, personas bien intencionadas y correctas en su vida.

Y no siempre damos importancia a lo que los antiguos llamaban bonhomía porque generalmente el éxito se asocia más con la astucia que con las buenas maneras y costumbres que parecen propias de gente ingenua. La pérdida de valores en la humanidad es algo indiscutible y que se demuestra con la forma en que hemos ido, en todas las latitudes, siendo menos exigentes para elegir a nuestros gobernantes, encumbrando al poder a personas con características que hace cinco o más décadas eran impensables para cualquier aspirante a puestos de gobierno.

Aquella era de grandes estadistas, a lo mejor representados por aquellas imágenes de la primera mitad del siglo pasado en las que aparecían los actores de los acuerdos de paz, que la modernidad fue enclaustrando en el baúl de los recuerdos para dar paso a una mediocridad que le pasa factura al mundo entero.

Se escoge a fantoches ignorantes para gobernar no sólo a las naciones pequeñas sino a las grandes potencias y por ello el homenaje que ahora se hace a George W. H. Bush tiene que traer a la memoria tiempos pasados cuando la política mantenía sus vericuetos, pero en ella participaba gente de altura, de calidad humana muy distinta a la bazofia que en estas eras modernas caracteriza al ejercicio del poder.

Redacción La Hora

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