Oscar Clemente Marroquín
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Los argumentos de quienes se sienten agraviados por las investigaciones en su contra o contra miembros de su sector se vuelve absolutamente repetitivo y las mismas razones usan los más encopetados portavoces de la cúpula empresarial que aquellos a los que siempre utilizaron, pero sin dejar de considerarlos algo así como “shumos útiles” sin el pedigrí suficiente para codearse de tú a tú con los que se sienten y saben dueños del país. Todos insisten en la justicia selectiva y se quejan de ser víctimas de persecuciones infundadas culpando a la CICIG de todos los males habidos y por haber, sin reconocer, por supuesto, que fue el trabajo de esa institución bajo la dirección de Iván Velásquez lo que empezó a derribar ese muro de impunidad celosamente levantado durante muchos años.
Entre los argumentos del CACIF y los del Rey del Tenis no hay gran diferencia y se resumen todos en victimizarse como si fueran niños vestidos de primera comunión. Hace algún tiempo la voz de los empresarios organizados era poderosa y podía mover montañas, pero cuando quedó en evidencia que su inicial apoyo a la lucha contra la corrupción desapareció en cuanto se sumaron a las listas de sindicados algunos de sus pares, también empezó a desaparecer esa influencia que llegaron a tener en la sociedad porque es obvio y evidente el juego.
Gente como el Rey del Tenis han sido operadores muy útiles para el empresariado que, no por verlos como necesarios, los terminan aceptando del todo. De ese individuo que operaba como prominente personaje en las Comisiones de Postulación y las negociaciones que se hacían con los diputados para ir seleccionando a los magistrados de Salas y de la Corte Suprema de Justicia decían frases bastante groseras respecto a su falta de alcurnia. Cuando se casó con la hija de un político destacado no se le vio escalando posiciones sociales, sino simplemente uniéndose con alguien de su mismo estatus pueblerino y para más señas huehueteco.
Ya relaté alguna vez cómo Ramiro de León Carpio, siendo ya Presidente, se sentía honrado de gozar de la “amistad” de los más encopetados del sector privado y la forma en que alguien que había sido compañero de estudios de Ramiro en el Liceo Javier le recordó cómo los trataron siempre y la forma en que los veían como “choleros”. Hoy son beso y abrazo porque te necesitan, le dijo, pero cuando dejés de serles útil volverás a ser el mismo cholero de siempre.
Eran tiempos en los que parecía que la cúpula empresarial no perdería nunca su nivel de influencia y poder. Es más, se acababan de comer el mandado de la instancia del consenso usando las artes de siempre para adelantarse a los movimientos sociales que pudieran mermarles poder. Pero ahora fueron ellos mismos los que lo han mermado al hacer causa común, sin remedio, con los pícaros políticos porque no tienen otra salida. Están juntos en el mismo barco y sin entendimiento para asumir responsabilidades y alentar los cambios necesarios, han dispuesto unir su suerte a la de los “shumos” corruptos.