Tal y como se había cantado, el Congreso aprobó un Presupuesto General de la Nación no sólo clientelar sino altamente desfinanciado lo que lo hace depender del crecimiento de la deuda pública, lo cual obligará a la ciudadanía a realizar una intensa labor de fiscalización, ya que no podemos suponer que la Contraloría General de Cuentas, cuyo titular saldrá de uno de los tantos procesos amañados que hay en la institucionalidad del país, pueda cumplir con sus obligaciones constitucionales como debiera de ser.
El Presupuesto aprobado tiene la clara y marcada intención de servir a intereses electoreros durante el año entrante, lo que hará aumentar el ritmo de la corrupción que ya es agobiante en el país. Se impone, por ello, un amplio y muy puntual esfuerzo de la sociedad civil para realizar de manera permanente auditorías y para ello pueden servir de mucho las ONG contra las que, cabalmente, se han dirigido baterías desde el mismo Congreso porque se sabe y entiende que únicamente esas instancias han sido coherentes en lograr algunos esfuerzos de fiscalización, lo mismo que se puede decir de unos pocos diputados que en lo individual realizan sus propias auditorías para ir informando a la población de los diferentes manejos del gasto presupuestado.
La Contraloría debiera ser el ente encargado de la más puntillosa forma de control del gasto público de acuerdo a lo que ordena la Constitución, pero ya sabemos que en un país donde la institucionalidad ha sido secuestrada por los corruptos, es imposible esperar que haya un eficiente trabajo de esa instancia legal cuyas autoridades están aún pendientes de ser designadas debido a atrasos en el proceso de postulación de los candidatos.
En todo caso, los ciudadanos tenemos que tener una disposición mucho más amplia para convertirnos en controladores de la calidad del gasto, sabiendo que hay una tendencia marcada de las autoridades al abuso y a la dilapidación de los recursos del Estado que sirven a muchos fines, excepto al de la promoción del bien común. Si eso es necesario en condiciones normales, cuando no hay una corrupción galopante como la que sufrimos en el país, mucho más dada esa trágica circunstancia que empobrece más a la gente y provoca males mayores.
Siempre hemos dicho que los corruptos llegarán hasta donde nosotros, los ciudadanos, los dejemos avanzar. En nuestras manos está la capacidad de frenar esa voracidad sin límites y sin vergüenzas que de manera descarada se manifiesta. Somos nosotros los llamados a tener una participación más activa para contener tanto abuso y prepotencia.