La migración es un fenómeno natural porque el ser humano en su afán por mejorar su calidad de vida, cuando no encuentra la oportunidad en su propia tierra decide ir a buscarla donde le parece que puede hallarla con mayor facilidad y así ha sido a lo largo de la historia de la humanidad porque rara es la persona que se conforma y resigna a vivir en condiciones deplorables, sobre todo cuando las mismas afectan a sus seres más queridos y comprometen su futuro.

Ayer se conoció un informe de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, dando cuenta que el salario real en Guatemala bajó 5.2% el año pasado, lo que tiene un enorme significado para un país en el que hay tan altos niveles de pobreza y abandono de la población. Ese porcentaje significa mucho cuando se traduce a la calidad de vida del asalariado y más aún cuando existe un porcentaje de trabajadores que no aparecen en las estadísticas oficiales porque trabajan en el sector informal que no reporta los salarios ni paga, por supuesto, los mínimos de ley pero donde también se refleja esa tendencia a la reducción real y concreta de los emolumentos que se pagan al trabajador.

Honduras supera por algunas décimas a Guatemala y ello explica muy bien por qué es que estos dos países están generando caravanas de migrantes, algunas bien organizadas para hacer bulla y otras silenciosas, como la chapina, que día a día envía a centenares de personas que emprenden el duro camino hacia el norte en busca de esas oportunidades que aquí no aparecen por ningún lado. Si cada día salieran de Guatemala 100 personas estaríamos hablando de 36,500 guatemaltecos emigrando al año, pero sólo la cantidad de los que son devueltos por deportación supera por mucho esa cifra, lo que nos hace pensar que son centenas las que diariamente abandonan la patria que les vio nacer, decepcionados por las condiciones imperantes en las que no se puede alcanzar una plena dignificación de la persona ni siquiera por medio del trabajo arduo y esforzado. Esa es la clase de trabajo que nuestros compatriotas tienen que hacer en el exigente mercado laboral de Estados Unidos para subsistir y ahorrar lo suficiente para enviar las remesas a sus familiares.

Lo que ha quedado claro en estos últimos años es que la corrupción no sólo roba el dinero público sino también roba las esperanzas, ilusiones y oportunidades de la gente que no encuentra otro remedio que el de correr esa dramática aventura de la migración en condiciones adversas.

Redacción La Hora

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