Luis Fernández Molina
Luz y noche, frío y calor, hombre y mujer, bueno y malo, positivo y negativo, etc. La existencia toda está construida en base a los contrarios, como sabiamente lo plantea el Ying Yang de la filosofía oriental. Todo tiene dos caras y para una comprensión holística se deben atender esos dos aspectos.
Lo anterior aplica a cuanto ente, figura o institución lo apliquemos. Viene al caso en la discusión acerca del transfuguismo. No se trata solamente del derecho de los diputados a postularse nuevamente a la próxima elección. No se debate, únicamente, sobre su derecho constitucional de elegir y ser electos. Del otro lado de la moneda están los pilares de nuestro rudimentario sistema electoral: los partidos políticos.
Los partidos deben responder a una ideología. ¿Pero cuál? En los años posteriores a la Independencia y a lo largo del siglo XIX los bandos políticos estaban bastante demarcados: liberales y conservadores. No se habían formulado, ni definido (todavía no lo están), las teorías socialistas, anarquistas, comunistas, liberales, fascistas, capitalistas, etc. que son propias de finales de la citada centuria y principios del XX. Después aparecieron figuras más híbridas como la social democracia, economía de mercado, estado liberal protector, etc. empero, en el fondo, los referentes son claros desde que se acuñaron durante la Revolución Francesa: las izquierdas y las derechas.
En ese contexto simplificado hemos tenido partidos políticos bastante declarados. Pongo dos de ejemplo: Movimiento de Liberación Nacional, marcadamente anticomunista, capitalista; y del otro lado del espectro el Partido Guatemalteco del Trabajo que, operando en la clandestinidad, marcaba claramente su orientación comunista. En el vecino El Salvador se ha mantenido esta demarcación, por un lado ARENA y, por el otro, el FMLN. Lo mismo se refleja en Estados Unidos entre los demócratas y los republicanos.
Cuando los partidos tienen precisión ideológica –como debería ser y expresamente lo ordena la Ley Electoral– es difícil pensar que una persona se “cambie” de un sector al otro. ¡Qué colorón! Sería muy mal visto que un derechista (neo-liberal) se vuelva izquierdista (socialista) o viceversa. Como los zapatos: derecho o izquierdo y no se puede permutar; en cambio los calcetines pueden ajustarse en cualquier pie.
Como nuestros partidos no tienen impronta ideológica es fácil ser camaleón. Pero esas deserciones incomodan a los “dueños” de los partidos, a los caciques cuyo poder se va erosionando en lo interno y externo; lo primero porque relaja la “disciplina” partidaria y lo segundo porque reduce su peso en las “negociaciones” externas. Aplica el consabido ¡que de a huevo! El partido le sirva de plataforma (aunque hayan “comprado” la casilla) y luego se vayan con el mejor postor. Mantener las sanciones a los tránsfugas consolidaría el poder de los caciques; alguna rebaja, sería un triunfo de los infieles. Estén atentos.
PD. No se viola el derecho constitucional de elegir y ser electos de los diputados; como que los jóvenes menores de 40 años reclamaran poder optar a la Presidencia. No pueden. Simplemente son reglas de la democracia.