Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Se ha repetido hasta el cansancio que sin el aporte de los migrantes, Guatemala estaría en verdaderos trapos de cucaracha porque nuestra economía se mantiene gracias a las remesas que envían a sus familiares. Pero resulta que también para Estados Unidos son vitales e indispensables, sobre todo ahora que gracias a una sucesión de medidas que se iniciaron desde la administración de Obama han alcanzado una situación de pleno empleo, tanto así que los diarios norteamericanos reportan el hecho insólito de que los solicitantes de alguna plaza la pueden obtener sin siquiera acudir a una entrevista con el empleador y que basta hacer la solicitud para ser contratado, dada la demanda de mano de obra existente.
A pesar de ello, varios millones de trabajadores sin papeles ni autorización para trabajar se encuentran viviendo y prestando sus servicios en distintas áreas de la economía, especialmente en labores que no son atractivas para los norteamericanos, y también para esos sectores la demanda de mano de obra se incrementa al ritmo del crecimiento que se está observando. Si se cumpliera el sueño de los racistas, es decir si se diera la deportación de los inmigrantes ilegales de origen hispano, habría un colapso especialmente en el área de servicios que demandan mano de obra intensiva. Hoteles, restaurantes, limpieza de hogares, mantenimiento de jardines y construcción, entre otros rubros, se quedarían sin suficiente personal para atender los requerimientos de la sociedad. Los mismos hoteles de Trump tienen que recurrir a migrantes para los trabajos manuales más difíciles y peor pagados y no todos los que los realizan tienen el respectivo permiso de trabajo.
La xenofobia que se ha ido extendiendo por diversas regiones de Estados Unidos complica y hace muy difícil la vida a los migrantes de origen hispano. Y hago ese énfasis en su origen porque no es lo mismo con inmigrantes que llegan de otras regiones a los que no se trata con ese desprecio derivado de la tesis de que los que entran por la frontera sur son, como ha dicho el Presidente, criminales, violadores o narcotraficantes.
Aunque parezca una perogrullada, mientras más dificultades encuentren los migrantes para entrar y empezar a enviar remesas, más miseria se vive en estos países carentes de políticas coherentes de desarrollo humano y de promoción social, lo que eleva el sentimiento de necesidad de migrar y aumenta el flujo de esas caravanas silenciosas que día a día transportan a cientos de personas que, desesperadas por no ver nunca una esperanza ni oportunidades, siguen envidiando a los que tuvieron la suerte de encontrar un empleo, de cualquier clase, en Estados Unidos para enviar dinero a sus familiares que quedaron en el terruño.
La idea de López Obrador para convencer a Washington de una especie de Plan Marshall para invertir millones en la promoción de desarrollo económico en estos países parece ser la más acertada porque mientras no haya inversión en la gente y ésta no encuentre oportunidades, la migración no cesará aunque cada día sea más dramática y traumática. Todo está en que el dinero de un plan así no vaya a caer en los bolsillos de los corruptos, destino seguro mientras no se combata realmente la corrupción y la impunidad.