Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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La Constitución de la República de Guatemala –de 1985– no tiene nada de original. Es copia (casi otro copy paste, como se dice hoy) de Constituciones extranjeras que, por aquellos días, les parecieron a los constituyentes paradigmas de democracia, vanguardia y progreso. Se pasaron –los “escribientes” del documento “fundamental”– meses o un año en escribirla y, encima de que es una antología de fragmentos constitucionales de otras partes del hemisferio, la redactaron mal, sobre todo en cuanto al uso de la sintaxis española. El artículo más emblemático –en torno a lo que afirmo con certeza profesional de mi parte– es el 186 ¡rey del anacoluto castellano!, cuya sintaxis es tan retorcida que cada vez que doña Zury se quiere lanzar a la palestra, ha de comparecer ante las cortes para las “interpretaciones” respectivas.

El Artículo 35 –que es el de mi vocación en todo sentido: Filosofía, Letras y Prensa– tiene ya una andadura secular, es más que centenario. Aparece, en esencia, en la Constitución Francesa, de 1790 y en la Constitución de los Estados Unidos, después de 1776, y se repite en casi todas las constituciones de los países llamados “democráticos”.

Los constituyentes de 1985 –que se creen la pata del rey, por no decir otra cosa de Nerón– no hicieron más que fusilárselo, sin ningún rubor y sin reconocer derechos de autor porque, en una carta de tal naturaleza, no se suele incluir lo que los investigadores llamamos aparato crítico. Lo copiaron ¿irresponsables?, porque acaso les dio igual que se cumpliera como si no, puesto que la mayoría de constituyentes (que es el caso de una mayoría contundente) son de, o están ligados a la alta burguesía que ya sabemos que nunca ha respetado ninguna Constitución ni ninguna ley, como vemos –dicho sea de paso– en el “affaire Carlos Vielmann” y la limpieza social en la época de Óscar Berger.

Pero además de todas los detalles sobre la poca importancia (es decir, frivolización) de la redacción y plagios de las Constituciones en Guatemala, debo añadir en italiano (idioma que conozco bien y que me encanta por sus cargas irónicas) que “Llei nova, trampa nova”, que no necesita traducción y que no tiene desperdicio en su expresionismo.

Con esto quiero decir que, en países como Guatemala donde la corrupción es la tortilla diaria de cada día, la Constitución y no digamos los códigos y leyes, están sujetas a la trampa y al timo que, en manos de los poderosos represores y dueños de la “finca Guatemala” –palmera y bananera a ultranza y monopolista– nos son más que tortas y pan pintado.

Todos los artículos constitucionales (en un país que no conoce de democracia y que por lo mismo está sumergido en el fascismo militar del asqueante Jimmy Morales, y todos los que estuvieron antes que él, con excepción de la primavera revolucionaria) son ultrajados, especialmente los que se refieren a los Derechos Humanos.

El 35 es el más afrentado y vejado de todos. Hoy y siempre. Porque es él, el mayor garante de la democracia y el mayor perseguidor público de la corrupción y de la impunidad. Ha sido conculcado hoy ¡una vez más, en este país sin democracia!, en el medio privado más antiguo del país: La Hora, precisamente por el Congreso de la República, que debería ser ¡y no lo es, qué paradoja! el más respetuoso del 35.

Continúa y termina el lunes.

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