Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Hay una tendencia generalizada en nuestros días, al menos en los países industrializados y ricos, a las construcciones megas:  Mega puentes, mega aeropuertos, mega monumentos, etc.  Todo ello, con afanes a veces de atracción turística, mayormente con fines simbólicos.  La idea es mostrar al mundo el poderío expresado en esas piezas de arquitectura.

Recientemente, por ejemplo, China inauguró un puente sobre el mar más largo del mundo.  Una construcción colosal con finalidades también económicas, al unir la ciudad de Hong Kong con Zhuhai y Macao.  Los informes dicen que mide 55 kilómetros, con variados túneles submarinos y dos islas artificiales. Contiene, además, 400 mil toneladas de acero y costó cerca de 17 mil 400 millones de euros.  Todo un armatoste refinado a la medida de los sueños de sus gobernantes.

La India no ha querido quedarse atrás.  Hace pocos días, muy ufanos mostraron al mundo lo que sería la estatua más grande del mundo. Una construcción mega de 182 metros, dedicada al líder de la independencia Sardar Patel.  Los entendidos afirman que el monumento ha desbancado al Buda del Templo de Primavera, antes la más alta del mundo, 128 metros, ubicada también (¡oh casualidad!) en suelo chino.

Vivimos en clave de excesos en un universo donde la constante es la pobreza generalizada. Según el Programa Mundial de Alimentos, por ejemplo, alrededor de 795​ millones de personas en el mundo no tienen suficientes alimentos para llevar una vida saludable y activa. Eso es casi uno de cada nueve personas en la tierra.  Sí, el hambre se vive en lo que muy políticamente correcto se llama “países en desarrollo”, pero es un dato que no debería dejar indiferente a las naciones “mega inversoras”.

No soy un aguafiestas, me encanta la tecnología y celebro a veces hasta con lágrimas (romántico que es uno), los avances de la ciencia.  Sigo con entusiasmo, por ejemplo, las seudodemencias de Elon Musk, su fumado tren supersónico Hyperllop, entre tantas otras fumadas de los ciudadanos de Silicon Valley.  Pero no puede no indignarme el contraste de tanta riqueza con el sufrimiento de muchos niños que mueren de hambre.

No dan ganas de celebrar nada si uno de cada seis niños -aproximadamente 100 millones- en los países en desarrollo presentan peso inferior al normal.  Una mega desgracia global que cubre con un velo de indignidad el despilfarro de esas edificaciones colosales.  ¿No le parece?

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