Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

El uso de los teléfonos inteligentes se ha vuelto una peste extendida a lo largo y ancho del planeta. Niños, adolescentes, jóvenes y adultos, casi todos por igual, se mantienen (nos mantenemos) en un estado zombi, narcotizados por las notificaciones, el vagabundeo por YouTube o simplemente revisando los “Me gusta” de nuestros memes en Facebook. Vivimos alucinados.

Hasta no hace mucho, la preocupación de la seguridad pública se concentró en prohibir el uso de celulares a los conductores. La publicidad vial advertía sobre accidentes mientras el distraído enviaba un mensaje o manejaba por las carreteras. Se insistía en las estadísticas y mostraba accidentes atroces. La idea era sensibilizar a través de las emociones para intentar persuadir a los drogados de la red.

Holanda ha dado un paso más. La Cruz Roja ha iniciado una campaña dirigida a los ciudadanos, al parecer más del 90% usa un “smartphone”, para que estos no filmen las desgracias públicas. La campaña dice así: “No filmes, ayuda”. Todo con la intención de que los usuarios paren la afición o el deporte, la gracia o el morbo, de grabar para subir la calamidad a sus redes sociales.

Alemania, según reporte de prensa, ha hecho lo mismo: prohíbe filmar y fotografiar a las víctimas de un percance y las multas pueden ascender a mil euros. La coincidencia puede mostrar una tendencia para, además de educar a la población, insistir en que lo adecuado en circunstancias dolorosas, es ayudar a las víctimas. Entender que no se trata de un espectáculo o realidad virtual, sino de un momento donde la indiferencia no tiene sitio.

Y claro, ya lo sabe usted, esos hechos no solo suceden fuera de nuestras latitudes. En Guatemala podemos ver también a gente solazada registrando un asalto, choque o ataque cardíaco. Todo para ganar ranking en YouTube o alguna notoriedad que nos merezca muchas descargas o “likes” en nuestras redes sociales.

Vargas Llosa diría que se trata de la nueva o sempiterna (como se quiera ver) “Civilización del espectáculo”. Ese modo de vida que prefiere las series de Netflix y el consumo de la chatarra que ofrece su industria. Todo lo cual nos lleva a una especie de degradación de la que es preciso escapar para no sucumbir en el estercolero de nuestra pseudocultura.

Llosa lo resume así:

“Mi impresión es que la literatura, la filosofía, la historia, la crítica de arte, no se diga la poesía, todas las manifestaciones de la cultura escritas para la Red serán sin duda cada vez más entretenidas, es decir, más superficiales y pasajeras, como todo lo que se vuelve dependiente de la actualidad. Si esto es así, los lectores de las nuevas generaciones difícilmente estarán en condiciones de apreciar todo lo que valen y significaron unas obras exigentes de pensamiento o creación pues les parecerán tan remotas y excéntricas como lo son para nosotros las disputas escolásticas medievales sobre los ángeles o los tratados de alquimistas sobre la piedra filosofal”.

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