Fernando Mollinedo C.
En los últimos eventos realizados en Guatemala con la participación de mandatarios y empresarios de varios países, éstos fueron indicados que en nuestro país se vive con una paz envidiable, -que no hay problemas sociales y sí los hay, son poquísimos- cuando los índices de criminalidad demuestran lo contrario. ¿Cuántos asesinatos han contabilizado las autoridades a partir de enero del presente año? ¿Cuántos han sido investigados, perseguidos y resueltos con una sentencia?
En nuestra antes tranquila y apacible ciudad de Guatemala, la capital de la república, el grado de impunidad es insultante; los familiares de los ejecutados cotidianamente, una o dos y hasta tres, saben de antemano que jamás verán a los asesinos en prisión. Los sicarios que contrata el crimen organizado van segando vidas por doquier, sin miramiento alguno y hasta los niños son objeto de sus acciones criminales.
Y lo siguen haciendo sin temor alguno, porque saben que las autoridades son como dice la canción de Shakira: “ciegas, sordas y mudas” ante los actos asesinos que perpetran, lo cual sigue siendo la preocupación permanente de la población. Casi a punto de concluir el año, valdría la pena conocer las estadísticas criminales a efecto de saber hasta qué punto la población puede sentirse segura con las instituciones que existen y supuestamente deben brindar seguridad poblacional.
La gente ha decidido levantar a sus muertos, incluso antes que llegue la policía o el Ministerio Público y en algunos casos frente a ellos, porque llega a tal grado su indignación, que reflejan la angustia y temor en su vida social, ante la inacción de quienes son pagados para ser el freno a la galopante delincuencia organizada, desorganizada y gubernamental en algunos casos. La mayoría de los homicidios y ejecuciones no se realizan de manera arbitraria, la mayoría tiene vínculos con la venta de drogas, trata de personas, asaltos e iniciaciones criminales; están focalizados en las áreas marginales y aún en el pleno centro histórico de la ciudad capital.
Los sectores delincuenciales están integrados en un mayor porcentaje por personas del lumpen proletariado, indigentes, drogadictos, vendedores callejeros contratados como “banderas”, taxistas, tuc tuqueros, mecánicos de motos y vehículos, sicarios, prostitutas, cuidacarros y otros. También hay delincuencia de cuello blanco integrada por empresarios, gerentes, pastores evangélicos, funcionarios y empleados de las diferentes instituciones de gobierno, diputados, alcaldes, jueces, transportistas, religiosos de cualquier denominación cristiana, finqueros, terratenientes, políticos, sindicalistas y otros más.
La injerencia de dos o más grupos criminales en el control de la plaza conlleva luchas a muerte, y en ellas sucumben los más débiles; estos grupos delictivos allanan residencias, asaltan y acribillan por igual a cualquiera persona que se les oponga, por lo que la población se siente desprotegida y en algunos casos prefieren huir del país acompañados, solos o en caravanas para, por lo menos, conservar su vida.