Adolfo Mazariegos
Para hablar de la Democracia y de cómo ésta funciona en la práctica de los Estados latinoamericanos de hoy en día (la mayoría de ellos), es preciso indicar previamente que, ciertamente, existe una considerable diferencia entre cómo se define y se explica teóricamente, y cómo es aplicada por aquellos que hacen gobierno o que pretenden ocupar posiciones de poder al frente de sus respectivos países. Ello, a pesar de que quizá para muchos no exista diferencia alguna entre una cosa y otra. Sin embargo, dadas las particulares características de lo que muchos llaman “la democracia latinoamericana” es preciso abordar la temática, se quiera o no, partiendo no sólo de un análisis político-social (como ha sido las más de las veces), sino también histórico y sociológico, puesto que allí radican muchas de las explicaciones del por qué los pueblos actúan de una u otra manera en el marco de coyunturas específicas, en momentos específicos, y, tomando en consideración por supuesto, la existencia de actores que incluso han permeado las estructuras de los Estados y que quizá cincuenta o sesenta años atrás ni siquiera se visualizaban como elementos que podrían llegar a formar parte de los escenarios políticos que hoy día se observan. No es casualidad que América Latina guarde cierto rezago con respecto a países del Primer Mundo en materia democrática; no es casualidad que la corrupción forme parte de la cotidianidad de muchos de nuestros países en el continente; y no es casualidad (como se ha observado en más de una ocasión recientemente) que de un tiempo a la fecha parezca estar en marcha un proceso -que se extiende a varios países- mediante el cual se estén imponiendo corrientes de corte autoritario como mecanismo para acabar con los flagelos que la ciudadanía percibe (como es natural) como óbice para el cumplimiento de sus expectativas. Los discursos que abanderan la mano dura, por ejemplo, parecen llamar la atención, y se venden como una salvación o como cura a los males e incumplimiento de las mismas instituciones en las cuales han depositado su confianza en el marco de lo que perciben como democracia, Brasil es el más reciente y claro ejemplo de ello. Y valga decir, en ese sentido, a manera de reflexión, que la consolidación de la democracia liberal que Fukuyama vaticinó hace poco más de treinta años que sería el modelo a seguir en el mundo, evidentemente no ha llegado a cumplirse (y dudo mucho que se cumpla), su tesis experimenta hoy más que nunca, serios problemas de aplicabilidad y cumplimiento en la práctica. Y aunque aún hay mucha tela que cortar en ello, lo cierto es que, en términos generales, la democracia experimenta desde hace varios años una crisis a nivel global que aunque quiera negarse, existe, es real. Y América Latina, con sus largos procesos de consolidación democrática, no escapa a ello, lo cual lleva a plantear el cuestionamiento de si, ¿acaso la democracia en el continente no esté experimentando más bien un retroceso?