Cartas del Lector

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René Leiva

Yunque, Cordelia, sus argumentos acerca de las afinidades entre novela y cocina, novelística y arte culinario, narrativa y método para preparar manjares diversos, alimentado por autores franceses e italianos, ocasionáronle no pocos anatemas y burlas por parte de astronautas, paleontólogos, políglotas y entrenadores de delfines.

Yuste Espejo, Epaminondas, su menosprecio por el horóscopo –“ojeada recalentada y superficial a un azar cercano y roto, ojeada esbozada en pormenores aleatorios”– no impidióle un cauto respeto por el zodiaco, por su encuentro persistente con la misteriosa pero evidente coincidencia entre los signos astrales y los temperamentos humanos, entre el destino mediato e inmediato y el camino involuntario pero inevitable que conduce por los cruces de ese destino, cuyo fin está anudado a su principio y que la voluntad apenas logra, en raras coyunturas, desanudar a lo largo de una vida, según Yuste. (“La serie de coincidencias signo/existencia, constelación/vicisitudes otorgan unidad al individuo.”)

Yutte y Aznar, Marcelino, aunque fue un persistente y disciplinado columnista de diarios impresos de Caracas, Maracaibo y Valencia durante setenta y dos (72) años ininterrumpidos, su terminología y su sintaxis de formulario, su ideología neutra, su paso seguro a ritmo de tambor o de campana, provocaron considerársele, si “el estilo es el hombre” y la mujer, que tras sus miles de artículos, la mayoría tipo “tamagás”, con más paja que grano, no hubo hombre alguno.

Zaboudia de Bizerta, nacida durante la ocupación romana, ejerció la taumaturgia en Pantelaria, donde curó enfermos, hizo caminar derecho a los cojos y ver a los ciegos. Veladores oficiosos de las buenas costumbres expulsáronla de la isla, pero al paso de los años aparecieron no menos de doscientas tumbas de Zaboudia en tan poca tierra.

Zacarías, Teobaldo, profundizó en la teoría de los vacíos fólticos de Robles Silip aplicada a la mutabilidad según Heráclito y a la naturaleza de la duración según Bergson, lo que llevóle a especular sobre el encogimiento del tiempo terrestre en relación con la expansión del universo.

Zanabria, Marcela, leyó incontables veces Tiene el cabello rojizo y se llama Sabina, de Julieta Campos, siempre a la orilla del mar o en su cuarto acompañada siempre de caracoles, el libro como pretexto, las palabras más que leídas a manera de una trampa semántica para encerrar al tiempo en el laberinto en espiral de un caracol irrecuperable. Marcela súpose una sobreviviente a cada lectura de Sabina; sobreviviente a su propio improbable suicidio, porque cabalmente el relato sólo termina de escribirse en la lectura.

Zanjón de Naxos, cultor de Cronos, adicto a nepentes muy añejos, toda su vida preguntóse: “¿El olvido ya es parte del futuro o el futuro ya es parte del olvido?”

Zapón, Josefa Candelaria, “Canducha”, no supo, no pudo, no quiso distinguir entre su nahual y su ángel de la guarda, uno natural, ancestral y atávico, el otro un espíritu celestial, pero con ambos logró una suerte de personal sincretismo simbiótico que, aseguraba, protegióla de sí misma y del aventurado existir.

(Un lector atento pero no tenso puede encontrar en el engarce de este Diccionario Biográfico cierto rumbo, una orientación, una suerte de destino que no necesariamente emana ni enlaza con el olvido. N. de los E.)

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