Gladys Monterroso

licgla@yahoo.es

Abogada y Notaria, Magister en Ciencias Económicas, Catedrática de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Diploma otorgado por la Corte de Constitucionalidad en 2005, como una de las Ocho Abogadas Distinguidas en Guatemala, única vez que se dio ese reconocimiento, conferencista invitada en varias universidades de Estados Unidos. Publicación de 8 ediciones del libro Fundamentos Financieros, y 7 del libro Fundamentos Tributarios. Catedrática durante tres años en la Maestría de Derecho Tributario y Asesora de Tesis en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

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Gladys Monterroso
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«La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan”

Isabel Allende

Nos encontramos ante un nuevo día de visitar cementerios y recordar a nuestros muertos, los que ya no están, sin embargo hay quienes están aparentemente, pero no se encuentran ya con nosotros, cada Día de Todos los Santos, suelo recordar lo feliz que era de niña, cuando no había ido a un cementerio a enterrar a nadie, tuve la dicha, de no saber lo que era la muerte de un familiar en mucho tiempo, o por lo menos eso recuerdo, probablemente para algunos los tiempos felices se recuerdan más largos.

Pasaron muchos años sin que visitara un cementerio, la primera persona que se fue de mi vida fue mi abuelita, fue la primera vez que sentí el dolor del desprendimiento de un ser querido, y tuve conciencia lo que es sentir que jamás se volverá a ver a alguien amado, el dolor fue muy grande, incomparable para mí, todos los que hemos perdido por primera vez a alguien parte de nuestra vida, creemos que es el dolor más grande.

Tuve la fortuna de vivir muchos años sin perder a otro ser querido, hasta que un día desapareció mi amiga de infancia, mi mejor amiga, la compañera de mi niñez, y ese dolor duró siempre.

Con mi amiga de infancia hice la Primera Comunión, crecimos juntas, aun siendo tan diferentes, ella rubia, ojos color miel, alta delgada, alegre, sonriente, casi todos los compañeros se enamoraban de ella, pero para mí ella era mi amiga, mi compañera de aventuras infantiles, y después juveniles, ahorrábamos mucho para comprarnos una mixta y una horchata, ser joven y tener un mejor amigo es uno de los regalos más grandes que la vida puede dar a un ser humano.

Caminar sin rumbo, platicando sobre un futuro, que no sabemos si llegará, que alguien le acompañe a su casa, y después regresar a acompañarle, y así sucesivamente hasta que mi madre salía a cantarme las cuarenta, fue uno de los placeres más grandes de mi vida, no sentir el tiempo que pasa, desear que las manillas del reloj no se muevan para soñar un poco más es de un goce incomparable.

Reír por nada, hacer planes, compartir secretos, recorrer las calles lentamente para que el tiempo abunde más, con el simple objetivo de compartir sueños ilusos de juventud, descubrir la vida poco a poco, creer que los sueños se harán realidad. No tiene precio.

Los afortunados que hemos crecido con un mejor amigo, sabemos el significado de la palabra felicidad, porque confiar en alguien, compartir cuitas de adolecente, inventar mundos paralelos mejores que el real, eso solamente se comparte con un amigo.

Pero el tiempo pasa, y al salir de la pubertad, principiamos a descubrir que la vida no es un cúmulo de sueños y sonrisas, la realidad nos despierta de pronto y de golpe, y descubrimos que las risas se convierten en lágrimas y desasosiegos, que tenemos que tomar decisiones y que los caminos paralelos se separan.

La persona que me acompañó en la infancia, y juventud, tomó el camino que yo hubiera deseado, pero no pude, lo que significó que en la época oscura de Ríos Montt, siendo casi una niña, desapareciera un 29 de diciembre, desapareció como una hoja que se lleva el viento, una hoja que no regresó, nadie supo informar sobre ella, una tarde se la llevaron hombres armados, y jamás volvió, lloro a mis muertos, aunque no a todos los vi morir.

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