Mario Alberto Carrera
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Dedicado a ENADE.
Sobre la tenencia de la tierra –rural o urbana– se han escrito tantos libros que acaso se podría formar una montaña con ellos a veces de pura logorrea. Pero ninguno ha podido dar con la fórmula científica que acabe con el conflicto que, desde que se inventó o se creó a codazos el principio de propiedad (privada) ha generado guerras cruentas sobe las que Rousseau se inspiró para publicar “El Contrato Social”.
La batalla por obtener un trozo –por mínimo que sea– de tierra sobre todo hoy en día en las grandes ciudades (y un techo mínimo y digno sobre el mismo) es quizá la guerrilla más explosiva y permanente que se enrostra desde la responsabilidad de cargos gubernativos y legislativos, pero también desde la responsabilidad que todos los ciudadanos compartimos –éticamente– como ocupantes de un territorio que llamamos nuestra patria o nación. El dolor y la carencia de los otros debería ser también el nuestro. Por fortuna humana, para muchos de nosotros es una auténtica tortura contemplar el Vía Crucis de los invasores, aunque no seamos ni creyentes ni, menos, cristianos. Ser testigos de su sufrimiento, sus casi siempre legítimos reclamos –reclamos basados en la Constitución: Artículo 2– así como en tratados multilaterales signados por Guatemala. Es desgarrador –para alguien con sensibilidad– ver en la pantalla del televisor, en nuestra cómoda habitación, siniestros desahucios, a punta de ametralladoras, donde las champas, covachas o chabolas, vuelan por el aire decapitadas por filosos machetes de la “Autoridad”, como huesos de un animal destrozado por los buitres de la propiedad privada y sus derechos –también constitucionales– ¡qué contradicción!
Ante este panorama siniestro ante el que no hay atisbos de solución, me pregunto si Rousseau, en su “Discurso sobre el origen de la desigualdad” tiene todavía razón cuando escribió:
“El primero que, habiendo cercado un terreno, se le ocurrió decir: esto es mío, y encontró gentes interesadas en creerlo, ese fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¿Cuántos crímenes, guerras asesinatos, cuántas miserias y horrores nos habría evitado el género humano aquel que, arrancando las estacas, hubiera gritado a sus semejantes: (…) que los frutos son de todos y la tierra, de nadie”.
Hago énfasis en que son palabras del ginebrino y no de Marx… Y eso que Rousseau no conoció el conflicto derivado de las megalópolis en cuyos estándares ya puede clasificarse la ciudad de Guatemala. Esto es, el de las migraciones rurales hacia la capital donde su presencia ha dado en llamarse tremendistamente: “mancha” urbana, con un absoluto desprecio a su presencia y sin ponderar las razones de su invadir. Mancha es mácula opaca cargada de desprecio.
Además de las migraciones hacia la capital y (hacia EE. UU.) la otra razón de tales éxodos es la falta de políticas de Estado en torno a la sobrepoblación guatemalteca. Los guatemaltecos nos multiplicamos –como todos– geométricamente ante la mirada estúpida e indiferente del Estado, que desde hace por lo menos cinco décadas, debió haber limitado los nacimientos por todos los medios científicos al día.
Pero nada se hace ni por crear mejores medios de vida en los departamentos ni por limitar los nacimientos en el país porque es “pecado” Y entonces ¿cómo no justificar “las invasiones”, por “ilegales” que nos parezcan? Este sí que es un dilema
Continuaré el próximo lunes.