Con el tono despectivo que usa para referirse a los migrantes, el Presidente de los Estados Unidos habló a los mandatarios del Triángulo Norte de Centroamérica como si fueran sus esclavos, exigiéndoles contener la migración con la amenaza de que si no se ponen firmes, sufrirán el recorte de la ayuda norteamericana. Como era imposible contener a miles que, desesperados en su terruño se aventuran a viajar al norte, ya avisó que Washington no dará más ayuda, ni siquiera luego de que sus lacayos (que no aliados) sacaron hasta al Ejército para tratar de disuadir a los que conforman la caravana que partió inicialmente de Honduras.

Trump no sabe muchas cosas y en su arrogancia no llega a entender que estos países dependen mucho más de la ayuda que mandan los compatriotas que se parten el alma trabajando en Estados Unidos que de los aportes de la cooperación económica, sea ésta del Plan de la Alianza para la Prosperidad o de cualquier otro fondo existente. Es más, hasta lo que dan para contener el tráfico de drogas es una miseria comparado con lo que el consumo en Estados Unidos significa para la perdición de estos países consumidos por convertirse en puente del trasiego de drogas para surtir la demanda creciente de los norteamericanos.

Guatemala y cualquier país de Centroamérica puede vivir sin la ayuda del Gobierno de Estados Unidos, pero jamás podría mantener el ritmo de su economía sin las remesas familiares que son producto del trabajo esforzado de millones de compatriotas que forman parte, aunque les desagrade a los trumpistas, del mercado laboral norteamericano, especialmente desarrollando los trabajos más duros y peor remunerados que son los que los ciudadanos y residentes legales no quieren desempeñar, pero que son absolutamente necesarios para el sistema.

Estos países tienen una enorme dependencia de Estados Unidos, pero la mayor dependencia está en el producto de las remesas que mes a mes llegan y que constituyen una parte fundamental del Producto Interno Bruto. Remesas que envía el jardinero, el trabajador de la construcción, quien levanta y lava los platos en un restaurante o la camarera que limpia las habitaciones de los hoteles, entre otros, quienes se han constituido en mano de obra barata, pero muy apreciada y necesitada para que la sociedad del país más rico del mundo pueda mantener su ritmo.

Nosotros dependemos de los migrantes, pero Estados Unidos también depende de ellos, pues su aporte diario es enorme, tanto para sus países de origen como para el país que los emplea sin acogerlos.

Redacción La Hora

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