Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Sería fácil concluir que el destino se empeñó en juntarlos, pero la sincronía vino más de sus carencias que del romanticismo.

Más que su capacidad de amar, tuvo que ver su forma de intimar. Emocionarse y entusiasmarse era una cosa; pero comunicarse con tolerancia, aprender a perdonarse y conciliar sin necesidad de negar o exagerar lo que les gustaba y les decepcionaba del otro; era más difícil, y por eso los devaneos entre adorarse y odiarse.

Les costaba recordar las cosas buenas que sentían el uno por el otro, cuando estaban enojados; y en la otra mano, sufrían cuando uno de los dos faltaba o se alejaba de su campo visual. Sentirse solos los hacía ser celosos, y justificaban su angustia con argumentos que para ellos eran evidencias de traición y desamor. Tanto así, que en el enojo porque el otro no estuviera, pensaban enseguida, caer en brazos de un tercero. El miedo tiene tantos rostros y la rabia es uno de los más inmediatos.

Se fascinaron desde la primera vez, al menos eso decían, y que su amor había sido inmediato y para siempre. Quedaba claro que no se tomaron ningún tiempo de reflexión para valorar si el otro realmente merecía ser llamado el gran amor de su vida.

Uno de ellos tenía mucha necesidad de pertenencia y de ser amado; era de vínculos rápidos y férreos, y para no sentirse vacío rechazaba cualquier razón, a la hora de advertir que lo correcto era separarse. El otro, también dependía; pero su motivación era más por ser admirado y elevado a alturas de idolatría. Le encantaba sentirse, el precioso. Si su adorador lo convencía podía seguir a su lado, de lo contrario se le hacía fácil dejarlo. Digamos que no amaba, solo amaba que lo amaran.

Los dos querían muchas pruebas de amor sin límite. Juraban amor a toda prueba y así lo exigían; sin entender que es muy cansado cumplir las condiciones de quien quiere incondicionalmente; como si cada uno fuera un objeto del otro. Era lógico que estuvieran juntos; no hubieran podido con una persona que no atendiera sus demandas.

Uno no puede cambiar lo que hace sino evitarlo. Lo que queda es parar y quedarse tranquilo por haberse detenido. Para lograrlo se requiere identidad, reflexión y conciencia; además de mucha experiencia dolorosa. De lo contrario se intenta la vida, solamente teorizando.

El que se enamora está hablando de sí mismo y el que ama empieza a hablar del otro. Amar es un desarrollo, y queda claro que no se escoge pareja el día que se conoce a alguien; y que uno empieza a escoger pareja, el día que nace. Nadie es un predestinado a descubrir una luz en el firmamento; cada uno es solamente un ser humano.

La moraleja de esta historia parece ser que la gente no sabe lo que quiere, y peor aún, no sabe lo que realmente necesita. Y que el empeño en tener un bulto cerca, hace que aquel se vuelva una carga. Unos lo echan a perder porque están en una búsqueda, y otros porque son necios. Se parecen, pero no son lo mismo. Por eso en temas de amantes, no es igual ser el importante, que el emocionante.

La proyección y la idealización pueden enajenar y sugerir una eterna primavera. Si no se aman los frutos del futuro, hasta el mejor jardín languidece.

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