Sandra Xinico
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Pasamos la vida aprendiendo que Estados Unidos es la tierra de la democracia y la libertad. Así nos lo venden. ¿Quién en Centroamérica no tiene un familiar o conocido en Estados Unidos? En este instante (mientras escribo y ustedes leen) más de una/uno está intentando entrar, cruzar el desierto, atravesar los ríos o quizá muriendo en el intento. Se estima que diariamente 75 guatemaltecos y guatemaltecas parten para Estados Unidos. El objetivo de migrar es tener una vida diferente.
Hemos escuchado de sus propias voces todo lo que han tenido que sufrir para llegar hasta allá, al norte. La angustia de semanas que experimenta una familia esperando noticias de quien se fue y que no se sabe si volverá algún día. Parece que todo el dolor vale la pena, es como una oportunidad de pensar en futuro, algo negado en la tierra donde se ha nacido y donde se nos ha despreciado.
Y es que hasta la categoría “migrante” es un estatus, porque tiene que ver con nuestra apariencia, con nuestro origen. La desigualdad que provoca el racismo que nos empuja a irnos y abandonar nuestro territorio es el mismo racismo que no nos deja entrar a otros países por pobres e indios, es el mismo racismo con que se encuentran allá y que los apresa para retornarlos. Cuando se habla de migrantes se habla de aquellos racializados provenientes de países colonizados y empobrecidos, es por esto que se les cierra la puerta en la cara y se les hecha gases lacrimógenos, es por el estigma de criminales y haraganes, es lo que Donald Trump se ha propuesto “limpiar”.
Allí está nuestra gente, haciendo enormes filas frente a la embajada gringa con la esperanza de que le den una visa y que entonces no se tenga que ir de mojado, lo poco que tienen lo invierten en ello, ya saben que no se las darán por su apariencia, por no ser adinerados blancos, europeos y porque sólo al verlos dirán que estos se quieren quedar a vivir y trabajar allá.
Cien mil quetzales es lo que están cobrando los coyotes ahora, nos lo ha dicho Ramiro, un amigo mam que salió de San Marcos hace 15 años para venir a la ciudad donde actualmente vive y trabaja vendiendo comida en la calle, que está pensando en irse para allá y hacer un préstamo, lo está dudando porque está asustado luego de escuchar que el grupo que acaba de partir hace unos días fue interceptado por Los Zetas y ahora están pidiendo miles de quetzales a sus familias en Guatemala para soltarlos.
El precio de soñar para los empobrecidos se paga con la vida. Sólo hace unos meses repudiábamos el asesinato de Claudia Patricia Gómez González (una joven mam de 20 años) que fue provocado por un oficial de la Patrulla Fronteriza en Texas, Estados Unidos. Ella también iba tras el mismo sueño.
Esto no es sólo un problema de fronteras, se trata de racismo y exclusión.