Todo empezó a mediados del año 1944, cuando el pueblo se empezó a sacudir el letargo expuesto durante los 14 años de la dictadura de Jorge Ubico e inspirado por el triunfo de las democracias frente al fascismo, empezó a organizarse en las aulas de la universidad, los despachos profesionales y en el corazón de una incipiente ciudadanía. El 20 de Octubre de ese año, 14 jóvenes aguerridos entraron a la Guardia de Honor para iniciar lo que hoy celebramos como la Revolución que puso fin a la dictadura.
No fue fácil porque nuestro pueblo tiene esa tendencia a ser tolerante y aguantador frente a diversas formas de dictadura y ha tomado siempre tiempo para encontrar la chispa que pueda encender su voluntad libertaria. Se habla mucho del memorial que 311 ciudadanos firmaron pidiendo la renuncia a Ubico y del asesinato de María Chinchilla como detonantes de ese despertar de la población contra la tiranía. El hecho es que ese mismo pueblo que estuvo apagado 14 años, que soportó al tirano y hasta le rindió pleitesía en abyecta posición, llegó al momento de ponerse de pie para reivindicarse. Tardó pero lo hizo.
Viene todo esto a cuento porque hoy, al celebrar el aniversario de la Revolución de Octubre, festividad convertida en una fecha para el “turismo interno”, vemos a un pueblo con la misma indiferencia que antecedió a ese despertar hermoso que trajo a Guatemala un período de primavera democrática. No tenemos a los 311 que con su dignidad abran el camino para que el ciudadano encuentre la ruta de acabar con esta nueva forma de dictadura, más perversa que todas las anteriores porque es la dictadura de la corrupción, de quienes se han confabulado no sólo para someter a la población bajo su omnímodo poder, sino para robarle hasta la esperanza de tener una oportunidad de vida digna.
Aquella ciudadanía de hace 74 años no era muy distinta a la actual ni lo era la juventud fogosa de la época, que se aglutinó en el Frente Popular Libertador, de la que hoy atiende al llamado de la AEU, la sempiterna AEU, para volcarse a las calles. Pero ciudadanos inspirados por los jóvenes supieron encontrar esa chispa, ese momento decisivo que cambia el rumbo de los pueblos y que ahora cuesta materializar porque la dictadura no se representa por un rostro, sino es un monstruo de mil cabezas representado por esa alianza entre políticos y sus financistas para asegurar la sumisión de un pueblo.
Aquella ciudadanía de la que hay pocos sobrevivientes debe inspirarnos de nuevo.